martes, 10 de enero de 2017

“La Virgen Marìa tambièn denunciarìa" (Alandar Enero 2017)



Empiezo mi artículo de este mes con una frase con la que una amiga centroamericana convencía a otra para que abandonara su domicilio y acudiera a un servicio de protección contra la violencia machista. Desde entonces lo cantamos como consigna en las manifestaciones del 8 de Marzo y el 25 de Noviembre. La religión puede ser el opio del pueblo y en ese sentido también de las mujeres, o por el contario, un punto de apoyo importante para su liberación. Todo depende.

Depende entre otras cosas de cómo leamos la Biblia y el Evangelio, domesticándolos y sometiéndonos a su patriarcalización o desde una hermenéutica de la liberación o de la sospecha. Mi amiga centroamericana lo tenía claro. No en vano ella abandonó a su marido agresor con tres hijos y embarazada después de leer el Magníficat y ponerse debajo del manto de la virgen de su pueblo.

Hace un mes tuvimos en Madrid un hecho insólito. La Vicaría de lo social y la Fundación Luz Casanova convocaron un encuentro para abordar por primera vez como iglesia, en la Diócesis, la cuestión de la violencia contra las mujeres. Tuve la suerte de ser invitada a participar como ponente y aunque muchas más veces he abordado este tema desde la teología en diferentes jornadas y congresos siempre me produce el mismo extrañamiento y perplejidad. ¿Cómo en nombre de Dios se ha podido y se puede legitimar la violencia contras las mujeres, o entrar en complicidad con ella, en lugar de denunciar y deslegitimar a sus victimarios? 
Salvo honrosas excepciones, como el obispo Juan María Uriarte, la Conferencia Episcopal se ha mantenido en silencio sobre esta realidad sangrante en nuestro país hasta el año 2015, fecha en la que el documento Iglesia servidora de los pobres la reconoce como el clamor de una nueva pobreza, que exige ser abordada con medidas de prevención, protección legal y sobre todo con la promoción de una educación y cultura de la vida que lleve a reconocer y respetar la dignidad de las mujeres.

Pero ha sido más recientemente, en la encíclica Amoris Laetitia donde el papa Francisco ha condenado la violencia contra las mujeres como una cobarde degradación del poder masculino y como la máxima expresión de relaciones de poder y desigualdad entre hombres y mujeres, que hunde sus raíces en los excesos del patriarcado, que considera a la mujer de segunda categoría en el orden de lo humano (AL 54). Por eso, aunque al papa Francisco no le gusten los feminismos coincide con ellos en su análisis de que la violencia contras las mujeres o violencia de género no es un caso aislado, sino cuestión de patriarcado.

Por ello un primer paso a dar como iglesia contra la violencia de género es despatriarcalizar el lenguaje y las imágenes sobre Dios. Algo de lo que las sufragistas americanas en el siglo XIX ya se percataron. Por eso Elizabeth Cady Staton, junto con otras mujeres, escribieron la Biblia de las mujeres, conscientes de que la Biblia era palabra inspirada pero escrita por hombres y que era necesario rescatar aquellos textos en los que las mujeres pudieran apoyarse en la lucha por su liberación y cuestionar, reinterpretar o identificar los intereses o claves culturales que había detrás de aquellos que habían servido para legitimar su opresión y violencia.

Siguiendo este hilo hasta nuestros días teólogas como Schussler Fiorenza han desarrollado la hermenéutica de la sospecha como una método bíblico que ayuda ir más allá del molde patriarcal en el que está escrita la Biblia, convencidas que aquello que legitima la violencia y el empobrecimiento de las mujeres no puede ser Palabra de Dios y por eso es necesario despatriarcalizarlos. Porque, por ejemplo ¿puede ser la experiencia de una violación un imaginario adecuado de Dios para las mujeres como leemos en Jr 20, 7: “Me sedujiste, Señor y me dejé deje seducir, me violaste y me pudiste2

En numerosos textos bíblicos las mujeres son presentadas como cuerpos a disposición del varón y sacrificables por su honor, el del clan o las instituciones que representa. Entre los textos más terribles que naturalizan la violencia contras las mujeres destacan algunos como Gn 19, 4, donde Lot, ofrece a su hijas para ser violadas y así salvarse a sí mismo, o Jueces 11,34, 20 donde Jefté sacrifica a su hija, en cumplimiento de un voto a Dios. Curiosamente este texto evoca el sacrificio de Isaac, pero si bien en este caso Dios actúa para impedirlo en el caso de la hija de Jefté se lleva a cabo. 
O textos que conciben a las mujeres como posesión del varón y como que tal son utilizadas para sus fines y beneficios, como hace por ejemplo Abraham que para salvar su vida le ofrece a Sara, su mujer, al faraón (Gn 12,10-20). También resulta espeluznante el abuso familiar que sufre Tamar por parte de su hermanastro o el “crimen de Guibea” en el que un hombre para evitar ser violado por unos maleantes ofrece el cuerpo de su mujer como moneda de cambio. Lo más espeluznante no es sólo la violación de la mujer, sino cómo el marido la hace trocitos y la desparrama por Israel para vengar su honor y el de su clan. (Jue 19).

Sin embargo Jesús de Nazaret es otra cosa. Conmovido por el sufrimiento de las mujeres Jesús desafía los preceptos patriarcales en sus relaciones con ellas de muchos modos: sanándolas en sábado, como hace con la mujer encorvada (Lc 13,10-12), posicionándose a su favor, como sucede por ejemplo con la adúltera (Jn 7,53-8,11), reconociéndolas como discípulas y testigos privilegiadas de la Resurrección (Lc 8,1-5; Lc 10:38-42; (Jn 20,11-18). Jesús, con su vida y sus prácticas anunció la comunidad de iguales (Gál l 3,28). 

Por eso en memoria suya no se puede discriminar a las mujeres. Jesús de Nazaret no es machista, Él no suple a ninguna de las mujeres con las que se encuentra en el Evangelio ni en su trato muestra ningún tipo de superioridad o prepotencia. Se acerca con respeto y son ellas las que, a medida que van abriéndose a esa relación, van facilitando la acción liberadora de Dios en sus vidas. Jesús salva y restaura dignidades heridas, pero no lo hace “imponiendo”, sino contando con las mujeres, exponiéndose a su relación y su libertad. Su relación no es de superioridad, sino que es generadora de reciprocidad y mutualidad sacando lo mejor de sí mismas e invitando también a muchas de ellas a ser “compañeras en su misión“(Lc 8, 1-3).

Leer el Evangelio y al mismo San Ireneo con perspectiva de género nos abre a nuevas significaciones en torno al compromiso de la iglesia con las mujeres: “La gloria de Dios es que las mujeres vivamos”. “Yo he venido para que todas tengáis vida y vida en abundancia” (Jn 10,10).
Por eso en cada agresión, muerte, violencia abuso o asesinato de mujeres queda afectado Dios mismo y su gloria se hace pedazos. Dios es violentado en lo más íntimo de sí mismo. 

Por eso, como cristianas y cristianos no podemos naturalizar, justificar, minimizar o ser cómplices silenciosos ante la violencia contras las mujeres, también de la que existe al interior de la propia iglesia, sino que es urgente dar pasos en el compromiso por su erradicación en nuestras conciencias, en nuestros lenguajes, chistes, predicaciones, discursos, relaciones acompañamientos y prácticas.

Quizás por eso ha llegado el momento en que la iglesia diocesana de Madrid se ha pronunciado sobre ello, como hizo el vicario de lo social, José Luis Segovia, en nombre del obispo, al inicio de estas Jornadas [1].

 “La iglesia de Madrid quiere que las víctimas de la violencia la sientan inequívoca, radical afectiva y efectivamente de su lado, la iglesia católica de Madrid toma partido de manera absoluta e incondicional por las víctimas de la insufrible y detestable violencia machista, que oculta la pretensión de relaciones de dominación, cosificación y apropiación sobre las víctimas. En el propio seno de la iglesia tenemos a no pocas mujeres maltratadas y ello nos ha de causar mayor escándalo, también a los maltratadores, No podemos dejar de sentirnos concernidos (…) No nos es lícito separarnos de su vera, ni apartarnos de las cruces que sufren las mujeres, sino empeñarnos con toda pasión y ternura en desclavarlas de esas cruces y denunciar a los hombres que sin escrúpulos las han clavado en ellas”

Por ello para no quedarnos en nominalismos declaracionistas, como dice Francisco[2] necesitamos poner en marcha en las comunidades cristianas, en los seminarios, en las escuelas, en las facultades de teología, en los seminarios, en los centros de formación, buenas prácticas, protocolos de actuación y programas de formación que nos ayuden como iglesia como mínimo con dos objetivos bien concreto

-Hacer de las parroquias, comunidades cristianas, etc, zonas liberadas de la violencia machista y lugares de seguridad, para las mujeres que la padecen y sus hijos e hijas, lugares de protección, respeto y empoderamiento para enfrentarla y tomar decisiones en libertad.

-No cerrar los ojos ante la violencia que se da al interior de la iglesia sobre las mujeres. Asumir que existe, reconocerla y abordarla favoreciendo la protección de las víctimas y el deber de justicia y reparación con ellas, por encima de la imagen de la institución y el corporativismo clerical.

                                            Ojalá que así vaya siendo


[1] https://archimadrid.org/index.php/oficina-de-informacion/noticias-madrid/item/88958-la-iglesia-de-madrid-toma-partido-

[2] Tercer Discurso a los movimientos populares. 2016

No hay comentarios:

Publicar un comentario