En la víspera de las convocatorias de la Revuelta de las mujeres en la Iglesia… Hasta que la dignidad se haga costumbre, en numerosos lugares del estado español, he tenido un sueño…
Soñé que estaba en una mezquita y que cuando iba a acceder al espacio separado que se nos designa a las mujeres en ella, una mujer mayor con hijab, nos animaba a levantarnos y a colocarnos en la parte central, mientras los hombres nos abrían amablemente el paso. Otra mujer, joven y negra, con la cabeza descubierta cogía el micrófono y animaba a hombres y mujeres a no consentir ningún tipo de discriminación ni violencia contra mujeres y niñas, y lo hacía en nombre de Allah y Muhammad, su profeta, quien por su trato y relación con las mujeres había siempre reivindicado su dignidad e integridad.
Su discurso continuaba argumentando que un buen musulmán o una buena musulmana no podían ser indiferentes ni naturalizar, y mucho menos provocar, el sufrimiento y la violencia contra mujeres y niñas, ni en el interior de los hogares y las instituciones religiosas, ni en los espacios sociales o públicos. Pero mi sueño no terminó aquí, sino que fue poblándose de nuevas imágenes que me iban impregnando de una sensación de alegría y perplejidad.