De los ratos que más disfruto en la semana es cuando voy a hacer la compra a la frutería donde trabaja Salauddin y me recibe con un “as salamu alaykum, Pepa, ¿Cómo está hoy tu corazón?!”. Todavía recuerdo el impacto que me hizo la primera vez que alguien me saludaba preguntándome directamente por mi estado emocional en un contexto de prisas, racionalidades y eficacias.
Conocí a Salauddin hace ya algún tiempo. Fue uno de los bangladeshís que se resistieron a una deportación hace años en Melilla, escondiéndose en los montes y que con el apoyo de unos colectivos de luchas migrantes del barrio de Raval consiguieron llegar a España tras casi dos años de estar estancados en el CETI. Salauddin es campesino. Sus padres tenían unas tierras en el Sur de Bangladesh hasta que las inundaciones  se las tragaron y se vieron forzados a migrar a Dacca y allí no le quedó más remedio que ponerse a trabajar en una fábrica textil perteneciente a una importante transnacional española en condiciones de explotación y miseria, hasta que finalmente decidió correr la suerte de llegar a Europa. Salauddin  representa lo que hoy llamamos un inmigrante por causas  ambientales, que es una de las realidades que la COP Paris 2015 Climat está denunciando como consecuencia de la violencia ecológica a la que estamos sometiendo la tierra.
La segunda vez que vi a Salauddin fue en una Asamblea de vivienda a la que acudió con unos compañeros por motivos de un desahucio. Tras meses de resistencia y organización vecinal fue el último en abandonar la vivienda unas horas antes de que llegara la policía y de recuerdo me regalo la única silla que quedaba en la casa  y que hoy la tengo en el comedor de la mía como un sacramento. Salauddin tiene un don de gentes y una sonrisa que es como un salvoconducto y que le ha salvado “milagrosamente” en algunas detenciones y redadas. Hace tiempo que consiguió el permiso de residencia y ahora trabaja con ahínco  para poder reagrupar a Farzana,  su mujer. Mientras  pesa  las verduras y las  zanahorias o marca los precios en la caja  registradora, recita frases de Tagore y nos habla de su mujer con cariño y al marcharnos nos enseña su foto. “Vendrá pronto, estoy seguro”, nos dice…y el caso es que conociéndole sabemos que lo conseguirá y que cuando su mujer llegue tendrá ya muchas amigas esperándola, porque su marido ha sabido ganarnos el corazón y quien le conocemos  sabemos que es una suerte tenerle como vecino.
                               Pepa Torres Pèrez
                               Red Interlavapiés  

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