viernes, 8 de noviembre de 2019

DE OTOÑOS Y RECOMIENZOS


Antonieta Potente es una de mis teólogas preferidas. Me inspira este artículo la lectura de un texto suyo publicado hace unos meses en la revista Iglesia Viva [1] porque con las palabras pasa como con las personas, si son verdaderas y conectas con ellas las llevas dentro y terminan por ser una presencia provocadora en lo cotidiano. Dejan de ser ideas para buscar la forma de acuerparlas. Así me ha sucedido hace unos días en una tarde donde por fin el otoño se empieza a hacer presente y me evoca que junto con la caducidad de las hojas sobre el suelo se insinúan también tiempos que exigen recomienzos. 

La vida urge ser atravesada, como dice Antonieta de camino en camino y en humanidad global, siempre recomenzando, aunque nunca lo hagamos desde el mismo punto sino desde nuevos aprendizajes, porque la vida que merece la pena ser vivida nunca es en lineal sino en la hondura de la espiral. Pero ¿Qué sabidurías son necesarias para vivir recomenzando?.

La primera es enamorarnos de la vida, de la realidad no como inconveniente, sino como oportunidad. Sólo así podremos descubrir que más allá de sus déficits y carencias están también preñada de potencialidades, por limitadas que sean, que alientan en nosotros la sed y el deseo y su capacidad de alumbrarnos. Enamorarse de la vida nos abre a su misterio: la vida solo es posible en inter y ecodependencia. 

Por eso requiere también un segundo aprendizaje que es salir del propio amor e interés, de la fantasía de la suficiencia y el individualismo y adentrarnos en la danza del cuidado y lo común y los milagros que acontecen desde ahí. Un ejemplo es lo que hemos vivido recientemente en Ecuador, donde mientras las políticas neoliberales diseñan paquetazos y”sálvese quien pueda” las comunidades indígenas nos han dado una gran lección dignidad en defensa de los bienes comunes.

Vivir recomenzando pide también de nosotras la sabiduría de la orientación. La palabra “orientación” viene de Oriente, desde donde el sol emerge cada mañana. Esta sabiduría por tanto tiene que ver con agudizar la sensibilidad para captar donde está la luz. Es la capacidad de detectar realidades y lugares que señalan el nacimiento de algo nuevo que pide complicidad y empuje comunitario a la vez que paciencia.

La sabiduría de quienes se hacen expertos en esperar la aurora en compañía, convencidos que la noche y la penumbra son sólo un tránsito. Vivir recomenzando exige elegir bien con quienes decidimos hacerlo: Elegir bien quienes son nuestros maestros y maestras. Es decir, elegir de quienes estamos dispuestas a aprender y a escuchar porque si no escuchamos crecemos como si fuéramos únicos, como personas que descubren las cosas por primera vez, lo cual es siempre un engaño porque las cosas se encuentran, no se inventan. 

No somos los creadores de la raíz de la belleza o la bondad sino sus ardientes buscadores y para ellos también nos es imprescindible no cansarnos de volver a imaginar, liberar nuestra mente y los espacios que tejemos con otros y otras de la tentación siempre amenazante de la rutina y del eso ya lo intentamos y no funcionó, siempre ha sido así. 

Aceptar las preguntas incómodas como oportunidad para cuestionar la naturalización de la violencia, la injusticia o el desamor, para interrogar lo obvio. Las preguntas son siempre peligrosas, por eso a menudo preferimos vivir más en la afirmación rotunda que en el humilde cuestionamiento. Pero sólo la curiosidad, la pregunta, el riesgo, nos empuja hasta los límites de lo ya conocido. 

La vida es cambio y exploración continua y sólo avanza desde el asombro, las preguntas y el ensayo-error. Por eso también una última sabiduría para vivir recomenzando es la de acoger y despedir. El otoño con sus ritmos también nos lo recuerda. Necesitamos aprender a decir hola a lo nuevo y adiós a lo que dejó de significar o sencillamente perdimos. 

Recomenzar significa también integrar las pérdidas y la desnudez y la soledad que conlleva. Sólo soltando podemos abrirnos al futuro, si no soltamos, ya no nos cabe nada. Si con lo que ya tenemos o sabemos está ocupado nuestro espacio físico, afectivo, ideológico, vital, no hay lugar para nada nuevo. 

Por eso necesitamos, soltar, desalojar, desnudarnos, dejar espacio, integrar las pérdidas. En el fondo las pérdidas son catalizadoras de la novedad. Despiertan nuevos aspectos latentes y desconocidos en una misma y en la realidad y nos ayudan a descubrir que la creación continua creándonos y que en este mosaico que llamamos vida lo nuestro es ser nómadas, peregrinos, caminantes, porque vivir es hacerlo en estado de viaje[2]:

Aprender a estar aquí sin saber dónde estaremos luego
a entregarse al azar de los encuentros, al horóscopo de los asombros (...)
a olvidar el plan de la costumbre
contar lo que se ha visto
mirar con atención
recordar
que los pasos atrás solo existen
si se sigue un trayecto marcado por otros.

RECOMENCEMOS 












[1] Antonietta Potente, “De camino en camino”, Iglesia Viva, nº 276. Octubre-Diciembre 2018, pp 108-110 


[2] Laura Casielles, Las señales que hacemos en los mapas, Libros de la herida, 2014

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