En pleno espesor de la pandemia hace ahora algo más de un año, cuando la vida en Lavapiés se convirtió en estado de emergencia a causa de la crisis sanitaria y social y sus consecuencias entre las personas migrantes y sin papeles, tuve un sueño. Soñé que cientos de personas éramos desahuciadas y éramos perseguidas por la policía por negarnos a identificarnos. Corríamos en bandada buscando un lugar para protegernos, pero todo estaba cerrado a cal y canto. La calle Argumosa era un río de gente pidiendo auxilio, cuando de repente una mujer delgada, con una camisa de seda de infinitos colores abría la puerta lateral del Museo Reina Sofia y con su acento argentino nos decía: vení, vení, aquí hay lugar. Nos animaba a entrar con sus manos ágiles y su sonrisa tímida y así el inmenso río de personas de pieles y lenguas distintas atravesamos pasillos, escaleras, salas pobladas de pinturas cómplices en aquella insólita acogida hasta llegar a un inmenso salón en los sótanos donde nos habían preparado una fiesta. Me desperté sobrecogida y con una energía luminosa que hacía tiempo no tenía.
No soñé con los servicios sociales, ni con ningún representante político, ni con la Junta de distrito, ni con la Iglesia, soñé con un museo que desde el año 2018 los colectivos sociales del barrio y el área de actividades públicas del Reina Sofia, dirigida por Ana Longoni, estamos “agujereando”, haciéndolo poroso a la vidas precarias y diversas de quienes compartimos un mismo territorio, porque la cultura y los contextos han de demoler también las fronteras que los separan. El arte y los museos no pueden ser neutrales ante el sufrimiento, la violencia, la desigualdad o la injusticia sistémica, sino que su tarea es también disentir y cuidar[1] , como recientemente artistas e investigadores del Museo Reina Sofia han manifestado en una protesta ante la represión en Colombia.
En este tiempo tan duro que estamos viviendo se nos sigue haciendo imprescindible reivindicar la alegría de estar juntas y luchar por lo común. Frente al olvido, la lentitud, la burocracia, la rigidez y la falta de voluntad política de muchas instituciones, la ofensiva neoliberal privatizadora que nos asola, las redes vecinales seguimos sacando fuerza de donde no la tenemos, movidas por el coraje cívico que nos da el apremio ante el hambre que no espera y los derechos sociales cada vez más expoliados. De la inteligencia colectiva y sinergias insólitas entre un museo y los movimientos sociales pueden acontecer inéditos viables: convertir los espacios del Reina Sofia en escuelas de promotoras de salud comunitaria, clases de español, escuelas de derechos, asambleas de colectivos, talleres de baile para recuperar el buen ánimo o un picnic vecinal, todo ello con mascarilla, distancia social y geles hidroalcohólicos.
Y es que, en el Museo, desde que tuve aquel sueño, acontecen cosas realmente mágicas. Hacen unos días visitando el Guernica con un grupo de compañeros y compañeras solicitantes de asilo Picasso nos hizo un guiño cómplice.
Pepa Torres Pérez
[1] https://www.museoreinasofia.es/actividades/disentir-cuidar-reinventando-museo
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