Me duele también la desmemoria. Lo fácil que olvidamos, por ejemplo, la densidad del sufrimiento, la dureza de la criminalización de la protesta social durante crisis del 2008 y su gestión salvajemente neoliberal por parte de un gobierno de derechas. La desmemoria de la mucho más reciente crisis del covid, donde creímos aprender que el sálvese quien pueda y el olvido de los últimos y últimas no puede ser nunca una solución, sino una fábrica de exclusión y pobreza generadora de nuevas violencias. Me duele la ceguera del negacionismo ante la crisis eco-social, el colapso climático y la naturalización de las muertes cotidianas en las fronteras del mundo. Me duele y me indigna la fuerza del postfascismo y la idea de que el derecho y la justicia ceda paso a la barbarie, la manipulación a través de los fakes news y la guerra del todos contra todos.
La democracia es también dolor y tristeza. Por eso muchas necesitamos hacer duelo por el fin del ciclo del 15 M y sus consecuencias en tantos proyectos de esperanza que se pusieron en marcha en los barrios y que hemos intentado cuidar al máximo en tantos lugares, pese a la descapitalización de los movimientos sociales por parte de los mismos grupos políticos que emergieron tras el 15 M, intentando rehacer y reinventar una nueva política.
Pero la democracia es sobre todo esperanza, participación, comunidades de lucha y resistencia que desde la suma de las propias vulnerabilidades y potencias siguen apostando por generar iniciativas humildes con capacidad de alumbrar respuestas colectivas. La democracia es diálogo y encuentro desde el respeto y el reconocimiento de la diversidad. Es apostar por la capacidad humana de crear lazos que perforen muros que declaran quien es humano y quien no, quien es sujeto de derechos y a quienes se les niega.
Marcia Taburi, intelectual y activista brasileña contra el bolsonarismo en su hermoso libro ¿Como conversar con un fascista, Reflexiones sobre el autoritarismo en la vida cotidiana (2015) escribe que No acabaremos con el odio predicando el amor, sino actuando en nombre de un diálogo que no solo muestre que el odio es impotente, sino que lo torne impotente a través, de la persistencia de la resistencia
El resultado de estas elecciones nos empuja a seguir apostando en nuestros barrios por la creación de espacios afectivo-políticos de pensamiento crítico, más poderosos que los bulos, seguir impulsando el nacimiento de comunidades de lucha, cuidados mutuos, resistencia y propuesta, que nos permitan ganar las batallas cotidianas en las que nos va la vida : conseguir los papeles frente a una ley de extranjería que mata o enloquece, como le ha sucedido a un amigo que estamos acompañando recientemente y que tras 17 años de viaje desde Bangladesh a España, pasando por el infierno de Libia, su cuerpo no puede más y su psique se le ha hecho pedazos; o como María S., joven salvadoreña sin papeles que con el apoyo de varios colectivos se atrevió a denunciar a jefe por despido improcedente y tras una fuerte presión y acoso por parte de la empresa, ha ganado el juicio y con ello su permiso de residencia.
Pero, sobre todo, como dice ella, lo que más he ganado es mi propia dignidad, no olvidar que la tengo y que no todo vale, aunque no tengamos papeles. Por eso pese al resultado de las elecciones sigo convencida que no siempre gana Goliat. Los gigantes suelen tener los pies de barro. Toca seguir teniendo listas las hondas y ayudándonos a despertar conciencias. Sumamos
Pepa Torres Pèrez
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