viernes, 7 de febrero de 2025

LOS MONSTRUOS Y LA OBISPA ( Alandar Febrero 2025)

Ya señaló Antonio Gramsci, en el contexto del triunfo del fascismo en Europa, una frase que desgraciadamente se está haciendo popular hoy entre nosotras en estos tiempos de perplejidad política y social que vivimos: "El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer y en este claroscuro surgen los monstruos”. Uno de estos monstruos son sin duda los neofascismos, que amenazan y de hecho arrasan las vidas, los sueños, los derechos y las libertades de tanta gente, especialmente de la más vulnerada. Por neofascismos me refiero, como señala Boevantura Dos Santos (2023), a la condición sociopolítica de concentración de capital que, sin control democrático, legitiman la total indiferencia por la humanidad del otro.

 Se caracterizan por ser nacionalistas, racistas, xenófobos, machistas y homófobos. A la vez que aceptan la globalización neoliberal, por lo que tienden a ser financiados por el gran capital, lo que hoy ya empezamos a llamar tecno-feudalismo, en el que unas pocas élites controlan los recursos, las infraestructuras digitales y los gobiernos y las clases trabajadoras quedan relegadas a una servidumbre moderna. Un icono paradigmático de este neofeudalismo es sin duda Elom Musk, actual titular del Departamento de Eficiencia gubernamental en el recién gobierno liderado tristemente por Donald Trump.

Actualmente los neofascismos se presentan en formas diversas entre las que destacan el neodarwinismo social, la extrema derecha tradicional y la guerra jurídica (law fare). Cualquiera de ellos es compatible con la democracia, siempre y cuando esta no sea mucho más que un juego de apariencias Tienen una concepción, por tanto, instrumentalista de la democracia, que ven como un medio para ascender al poder. Una vez en el poder, no lo ejercen ni lo abandonan democráticamente, como quedó claramente en evidencia en los casos de Trump y Bolsonaro.

 Su emergencia en este momento histórico, con lo que representa la elección de Trump como presidente del país más poderoso del mundo con el apoyo de las grandes transaccionales tecnológicas de la información, nos lleva a reconocer que vivimos tiempos oscuros que la historia juzgará a posteriori, tiempos también de fatiga de la compasión y sociedades desvinculadas, tiempos de polarización política y social en los que no todas las vidas importan, y en los que la cultura del diálogo y del encuentro y la justicia eco-social se convierten en urgencia inaplazable frente a toda forma de negacionismo .

Pero como señaló García Márquez en su discurso de recepción del Nobel (1982) también somos muchos y muchas quienes, “frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida (…) Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros y otras hasta la hora de morir. Donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra”. 

Por tanto, vivimos también tiempos en los que el amor y la bondad también existen, pese a que el mayor éxito de los sistemas de dominación es cuando sus valores se inoculan en nuestras propias conciencias y sensibilidades y terminan convenciéndonos que no hay nada que hacer, que no nos queda otra opción más que la impotencia o la globalización de la indiferencia y la lógica del exterminio y la dominación de unos seres humanos sobre otros y sobre la propia casa común. Pero este tiempo de monstruos lo es también de desobediencias y resistencias colectivas, de no en nuestro nombre frente al supremacismo blanco, capitalista y populista exterminador.

Esta resistencia y desobediencia no violenta es la que ha puesto en evidencia con gran libertad evangélica la obispa anglicana de Washington, madre y abuela, Mariann Edgar Budde, comprometida con las organizaciones en defensa de los derechos humanos y sociales en USA, desde hace décadas. Frente a los monstruos, el discurso de la obispa nos recuerda que la religión y mucho menos el cristianismo, no puede ser una instancia legitimadora de los poderes hegemónicos, sino que ha de ponerse en el lugar de las víctimas, no para exaltar el aguante y el sacrificio, sino para “tumbar los monstruos” a golpe de desobediencia y estrategias de resistencia colectiva y cuidados comunitarios en nombre de la universalidad del amor que se hace político, como hizo Jesús de Nazaret.

¡No en nuestro nombre frente al poder exterminador de los monstruos!


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