lunes, 12 de diciembre de 2016

COMADRONEAR LO NUEVO

Aunque no soy muy devota de los tiempos litúrgicos confieso mi pasión por el Adviento como un tiempo que nos reta a la perplejidad, y a la lucidez del Evangelio. Tiempo de luz, como una hoguera que ilumina la oscuridad de la noche sin que las tinieblas puedan terminar con ella (Jn 1, 1-18). No es que no haya tinieblas ni que los tiempos no sean oscuros, sino que en el espesor de la noche ha irrumpido la luz, como un fuego inspirador de miles de fueguitos que iluminan y caldean nuestro corazón y nuestro mundo, señalando que El Evangelio es verdad, que está encarnado y que hay huellas y señales de su presencia entre nosotros. Dios no se cansa de permanecer en estado de Buena esperanza y de urgirnos a ser sus parteros y parteras en nuestro propio corazón y en nuestros ambientes.


¿Cómo estar pues atentos al Dios que este Adviento quiere dar a luz algo nuevo en nuestra vidas, en nuestros contextos, en nuestro mundo, aunque parezca que no tenemos ya edad, como le sucedió a Isabel, la madre de Juan Bautista y siga rompiendo nuestras lógicas, como le sucedió a María de Nazaret?. Junto a ellas otra pareja de mujeres pueden ofrecernos también algunas claves para a echar una mano a Dios en este tiempo. La primera es Etty Hillesum, testigo de la luz en medio de una profunda noche, como fueron campos de exterminio nazi cuya vida y cuya palabra pueden iluminarnos 

“Hay en mí un pozo profundo. Y en ese pozo está Dios. A veces consigo llegar a él, pero lo más frecuente es que las piedras y escombros obstruyan el pozo y Dios quede sepultado. Entonces es necesario volver a sacarlo a la luz “(26 de Agosto 1941)

Voy a ayudarte Dios mío a no apagarte en mí (…) Hay una cosa que se me presenta cada vez con más claridad: no eres tu quien puede ayudarnos, sino nosotros, quienes podemos ayudarte a ti y al hacerlo ayudarnos a nosotros. Eso es lo único que cuenta, quizás en esta época: un poco de ti en nosotros Dios mío, quizás podamos contribuir a sacarte a la luz en los corazones devastados de los otros“ (12 de Julio 1942)

La segunda es Madeleine Delbrell, un icono de la mística en acción, y la mística en relación en las periferias obreras y del cuarto mundo francés del siglo pasado. Cuya vida y palabra nos provoca a perforar la realidad [1]. Es decir, hacer hoyo en ella, a leer la vida, los acontecimientos, más allá de la superficialidad y la banalización del mal que se nos impone, como diría también la filósofa Hanan Arent [2]. Perforar la realidad es buscar en la densidad de los acontecimientos y del propio corazón los respiraderos de Evangelio por donde el misterio de Amor y Dignidad que la habita se nos cuela y nos urge a empujar su dinamismo en la historia.

Pero ayudar a que Dios no se apague el mundo una requiere una actitud previa: cultivar el asombro. Asombro ante el Dios de Jesús, que no es el de la inercia y la rutina, sino el que quiere hacerlo todo nuevo: Lo antiguo ya ha sucedido y Algo nuevo yo anuncio, antes de que brote os lo comunico (Is 42,9). Asombro ante el milagro del amor y la gratuidad y su empeño en el corazón humano y en la historia de renovarlo todo, hasta que toda la realidad y la creación sean eucarística, hasta que irrumpan el cielo nuevo y la tierra nueva donde no haya nunca más llanto (Ap 21,4,) ni haya primeros ni últimos (Lucas 14, 1. 7-14).

Porque, como pareció escrita en un grafiti de mi barrio una mañana después de la desocupación violenta de un solar El amor existe. El amor existe y coexiste con el desamor, con la violencia, con la injusticia, con la precariedad, con la explotación de unos seres humanos sobre otros, con la expoliación de la tierra, con políticas migratorias criminales, etc y también con nuestra fragilidad y la de nuestro mundo. Existe como pepita de oro enfangada en la ganga. 

Por eso se trata de focalizar nuestra mirada, poner lupa, afinar la sensibilidad para detectar las huellas de la misericordia creativa, resiliente y fecunda de Dios en nuestra mundo y en el corazón humano. Se trata de descubrirlo, acogerlo y agradecerlo, que nos impregne para poder también derramarlo de balde (Mt 10,8), allá donde el Amor experimenta su mayor necesidad y le urge a la acción, como dice la beguina Hadewjich de Amberes.

El amor existe y el amor se encarna, se embarra. Pero el amor no se impone, sino que se expone, se arriesga a la libertad y la acogida humana, como tantos migrantes hoy retando a la nuestra para acoger y forzar a los gobiernos a que lo hagan con leyes hospitalarias. El amor existe y se encarna. 

Un amor que no nos suple ni nos ahorra nada, más bien nos lo complica todo, pero que es fuente de plenitud y liberación y que nos envuelve y sustenta (Act 17,28), pero no sustituye nunca nuestra libertad ni nuestra precariedad, sino que cuenta con ellas y nos alienta y empodera para darnos a luz de manera nueva a lo largo de nuestra existencia y dar a luz en el mundo justicia, compasión, inclusión, liberación, porque Dios está empeñado en no cesar de parir misericordia y brotes de vida nueva y alternatividad en nuestros corazones y en el mundo : Lo viejo quedó atrás, Está naciendo algo nuevo, no lo notáis (Is 43,19) y nos urge a comadronearlo ( Is 42,14) .

Su misericordia además no sabe fronteras ni de distinciones entre lo religioso y lo pagano, sino que rompe con todo muro y división a la vez que paradójicamente se nos ofrece en lo pequeño y lo seminal y en la sabiduría de los procesos, porque: “Es siempre por el lado más pequeño como surgen las cosas grandes. El acontecimiento es la Vida que irrumpe en una vida y llega sin avisar, sin brillo. El acontecimiento tiene forma de semilla. De ella toma la debilidad y la simplicidad. Uno nunca se hace contemporáneo de lo invisible, del misterio que encierra la semilla. Es solo mucho tiempo después cuando uno adivina que algo ha de haber acontecido” (Charles Bobin)

O dicho en palabras de Francisco y traducido a la vida social y ciudadana: “De las semillas de esperanza sembradas pacientemente en las periferias olvidadas del planeta, de esos brotes de ternura que lucha por subsistir en la oscuridad de la exclusión, crecerán arboles grandes, surgirán bosques tupidos de esperanza para oxigenar el mundo [3] 

Por eso el Adviento es una oportunidad para la búsqueda y la exploración que el Evangelio conlleva. La vida cristiana se asienta frecuentemente sobre un paradigma que entiende más la fidelidad como permanencia y mantenimiento que como cambio. Sin embargo, nuestra vida se estructura alrededor de la búsqueda. Buscar es el verbo de la fidelidad. Pero a menudo en las comunidades cristianas se sigue identificando más la fidelidad con la imagen de las cariátides, esas columnas con formas de figura femenina que sostiene los templos griegos, que con los exploradores y exploradoras.  

Leyendo con atención el libro del Éxodo y Números descubrimos a unos personajes que pueden ser también buenos compañeros en este Adviento: los exploradores (Nm 13-14). En la larga travesía de Israel por el desierto estos personajes, tuvieron un ministerio muy necesario ante la crisis de la nostalgia por las cebollas y los ajos de Egipto, cuando el pueblo es tentado de elegir la seguridad de la opresión frente a la novedad desconcertante de la sorpresa de Dios. 

 En este contexto El Señor le dijo a Moisés: elige del pueblo a algunos para que adelante camino y así alienten al pueblo. Los exploradores animaron al pueblo en tiempos de cansancio e impotencia mostrándoles que si se puede, pero muchos no les creyeron, porque pudo más en ellos el miedo que la osadía de creer y confiar 

En compañías de los exploradores quizás podamos también preguntarnos este Adviento: ¿Cómo anda nuestra capacidad de exploración, de riesgo de confianza y cuál es su fundamento?, porque la exploración desde una perspectiva espiritual, no es una cualidad del carácter, sino que viene que ver con la osadía de creer y dar crédito a las promesas de Dios en la historia. ¿Cómo alentar en nosotros, en nuestras comunidades y barrios a la gente exploradora? ¿Cómo animarnos y acompañarnos a correr riesgos en común por la causa del reino y superar la tendencia a la inercia que a menudo nos amenaza?  

La memoria peligrosa de Jesús, a quien seguimos, no puede ser nunca un relato tranquilizante ni adormecedor, como no fue tranquilizante ni adormecedora la vida de Aquel en quien se fundamenta. Esta memoria y esta tradición no pide ser repetida, mimetizada, sino que en diálogo creativo con los signos de los tiempos pide ser recreada, refundada. Si no es así la memoria peligrosa se convierte en memoria domesticada. 

 ¿Cómo desdomesticar hoy el Evangelio desde las periferias geográficas y existenciales donde nos cita para seguir acogiendo y dando a luz con otras y otras Buena Noticia?


Pepa Torres Pérez




[1] AAVV Deslumbrada por Dios y por su pueblo: Madeleine Delbrell, PPC, Salamanca, 2013.
[2] Hannah Arendt, Eichmann en Jerusalén, De Bolsillo, 2015
[3] Papa Francisco, Discurso II Encuentro con los movimientos populares, Bolivia 2015.


No hay comentarios:

Publicar un comentario