jueves, 10 de enero de 2019

¿Por qué cantamos?

Hace unos días un grupo de amigas decidimos juntarnos en casa para cantar. Nos unen un montón de cosas comunes, algunas militamos en los mismos colectivos, otras somos amigas o amigas de nuestras amigas, pero ese día el motivo poderoso que nos llevó a encontrarnos fue algo tan simple como unir nuestra voces para cantar juntas y recordarnos colectivamente que queremos ir por la vida como cantoras y no como plañideras. 

Esa es también la pretensión de mi artículo en este primer número de Alandar del 2019. Necesitamos cantar juntos, como señala Tximo García Roca, porque con los cantos llegan las motivaciones y las resistencias, con los cantos llegan las palabras al abatido y se despiertan las energías colectivas. Los cantos no sólo anuncian una tierra sin males sino que muestran que es bella y deseable y que vale la pena construirla. Al cantar juntos de algún modo ya estamos arrebatándole territorio a la exclusión y al derrotismo [1]

Cantamos para resistir, cantamos para celebrar, cantamos para reivindicar, cantamos para recordar y reconvertir la nostalgia en proyección de un futuro inédito. Cantamos conscientes de que la pluralidad de voces es una riqueza necesaria y que nuestra melodía posiblemente va a estar fragmentada en miles de pedazos por los vaivenes de la injusticia y la violencia sistémica, pero al mismo tiempo es fuente de coraje y resiliencia. Por eso tenemos que insistir en el canto, porque como dice Mario Benedetti el grito no es bastante… y porque creemos en la gente y porque no podemos ni queremos que la canción se haga ceniza [2].

Un nuevo año es una oportunidad para sumarnos al orfeón de la esperanza con sus voces mestizas e imperfectas pero potentemente sonoras. Seguir cantando juntos para paralizar los desahucios, reclamar vivienda pública, alquileres sociales, exigir que tantas Pepis se queden y liberar nuestras vidas del poder de los fondos buitres, como Proindivisos, que quieren quedarse con las viviendas de Argumosa 11 y expulsar al exilio de su barrio a sus vecinos. 

Seguir cantando juntas como hicieron algunas compañeras de la coordinadora feminista de Madrid en el sorteo nacional de la lotería el 21 Diciembre, anunciando que le verdadero premio gordo al que muchas mujeres aspiramos es que nos queremos vivas y libres y no se consigue con un golpe de suerte sino con políticas públicas que nos protejan y acaben con toda forma de violencia y feminización de la pobreza. 

Seguir cantando juntas que no puede ser que haya vidas de primera y vidas de segundas y por eso que hay que acabar con la precariedad y la explotación laboral y sumarse al canto con las Kellis, las trabajadoras de hogar, las tele-operadoras, los trabajadores de Amazon y todo aquellos y aquellas que por sistemas son despedidos al pasar los periodos de prueba que duran hasta seis meses para ser sustituidos por otros trabajadores nuevos que correrán su misma suerte. Cantar hasta tumbar esta reforma laboral que legitima el precariado y el nuevo grupo social que son los trabajadores pobres. Es decir, aquellos y aquellas que ni trabajando van a salir de la pobreza. 

Seguir cantando juntos en todas las lenguas posible que ningún ser humano es ilegal y que es urgente cerrar los CIES y ouvrir les frontières en los más de 60 muros que existen en el mundo. Cantar para defender el derecho a la libre circulación de personas como un derecho humano pero también el derecho a que nadie se sienta obligado a hacerlo. 

Cantar contra la criminalización de la pobreza y por unos barrios libre de redadas, como volvimos a hacer unas semanas en la plaza de Lavapiés reclamando la libertad de las 16 personas que fueron detenidas en un control selectivo de identidad, reclamando que ”no son delincuentes son nuestros vecinos” y que es posible apostar por otras formas de cuidado de la convivencia más allá de la policialización de nuestras calles y que lo que no hay es voluntad política para ello. 

Seguir cantando juntas frente a toda forma de intolerancia o fundamentalismo que pretenda imponer con exclusividad un único molde para vivirnos como humano y humanas y que expulsa, violenta y estigmatiza a quienes no se ajustan a su medida. 

Cantar en la iglesias, las sinagogas y las mezquitas que el misterio que llamamos Dios es mucho más grande que cualquier religión y que no puede quedar prisionero en dogmas o leyes ni en ninguna forma de exclusivismo. Cantar en ellas que Dios es Relación, libertad y amor y por tanto no hay nada más opuesto a Él-Ella que la violencia, el abuso de poder y la injusticia. Cantar juntos y juntas que la experiencia creyente, cualquiera que sea, no se juega en las intenciones del corazón, las oraciones que se proclaman o la sofisticación de sus teologías, sino en el sacramento de la projimidad y la solidaridad humana. 

Cantar en las calles y en las plazas que sólo podemos sobrevivir juntos desde la interdependencia y el cuidado mutuo, que lo que se no se da se pierde y que la felicidad que anhelamos no está en el acaparar riquezas, títulos, propiedades sino en compartirlos y en hacer de nuestra vidas, como dice Marina Garcés vidas mancomunadas [3]

Cantar porque seguimos creyendo en la fuerza de lo comunitario en estos tiempos de trincheras que estamos atravesando, cantar incluso por el hecho mismo del milagro de desear hacerlo cuando los días son oscuros. 

Cantar porque 

Todavía cantamos…Todavía pedimos, 

Todavía soñamos….Todavía esperamos. 






[1] Joaquín García Roca, Exclusión social y contracultura de la solidaridad. Madrid, HOAC, pág. 11 

[2] Mario Benedetti , Por qué cantamos; https://www.youtube.com/watch?v=qaK0Q6M13lU 

[3] Marina Garcés, Fuera de clase, Barcelona, Galaxia Gutemberg, 2016, pág 155








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