La vida nos remite
constantemente a ello si nos atrevemos afinar la sensibilidad. Lo experimenté
ayer mismo cuando al bajarme del metro una voz me llamó a gritos. Era un joven
africano vestido de amarillo, que con bayeta en mano limpiaba los torniquetes
de la estación del metro. Al principio me costó reconocerle, identificar la
voz, la cara, la historia. Pero tras el desconcierto inicial por fin lo hice.
Su cuerpo y su semblante habían cambiado mucho. Le conocimos recién llegado a
Madrid, procedentes de Frontera Sur, con el cuerpo y el alma golpeados por la
furia de las leyes que regulan las fronteras y quienes las custodian.
Porque cuidaron de él en tiempos de ira y
abandono sobre su cuerpo negro y sin papeles él cuida de hoy de nosotros los
pasajeros apresurados del metro con su sonrisa luminosa y una experiencia
poderosa en su piel: no es el cada
uno a lo suyo, ni la indiferencia, ni el no meternos en líos, sino que lo que
sostiene la vida son los vínculos, la cooperación, el cuidado mutuo, la amistad
social y el amor político. Por eso los cuidados no pueden vivirse al margen de
la comunidad en las que somos y sin la cual, lo reconozcamos o no es imposible
sobrevivir. Porque ser humano es serlo en relación e interdependencia. Así lo experimento
también cada jueves en las concentraciones de apoyo en defensa de una salud pública
de calidad y universal en la puerta del centro de salud de mi barrio. Frente
al descuido y el mal trato que viven los profesionales sanitarios por parte de
la Consejería de Sanidad de la comunidad de Madrid, los vecinos salimos a la
calle para cuidarles y que nos cuiden, exigiendo: Salud pública de calidad y
universal como hicimos el 12 de Febrero al grito de Atención primaria la
más necesaria, entre otros.
Vivimos en sociedades
demasiado desmemoriadas, deseosas de pasar la página de la pandemia como si
nada hubiera pasado. Sin embargo, en tiempos de confinamiento aprendimos con
una lucidez insospechada que el cuidado no puede ser un privilegio ni un
derecho de unos pocos, sino que estamos llamados como humanidad a
cuidarnos juntos y juntas y que entender de otro modo el autocuidado es el
principio de nuestra deshumanización.
Así lo aprendí con
mis vecinos senegalesas y bangladesís, muchos sin papeles, cuando convirtieron
su mezquita en una despensa solidaria y estuvieron en primera línea de
solidaridad o del Museo Reina Sofia, que cuando todos los espacios se cerraron,
incluyendo los servicios sociales, pusieron a disposición de los colectivos
sus instalaciones sus medio y recursos
para el cuidado comunitario.
El capitalismo
postpandemia y sus ajustes de tuerca sobre la vida de los más vulnerados
no ha hecho más que empezar, reproduciendo nuevas formas de expolio e inclusión.
Se equivoco Adam Smith …
¿o tal vez no?
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