Este año en las puertas de las Catedrales de más de 20 ciudades españolas la Revuelta de mujeres en la iglesia-Alcem la Veu nos movilizamos visibilizando nuestra discriminación en el seno de la iglesia católica y nuestras propuestas para acabar con ella en nombre del Evangelio y las prácticas transgresoras de Jesús con las mujeres. Entre nosotras el grito y la denuncia de Luzmila Javorova
Mi nombre es Luzmila y aunque soy una
mujer de luz y de palabra, mi vida siempre ha trascurrido en la clandestinidad y mi historia ha sido sometida a la invisibilidad y el silencio. Nací en Checoslovaquia en Brno, 1932, en el contexto de un régimen comunista, en el seno de una familia católica que vivía su fe clandestinamente, formando parte de la iglesia invisible perseguida por el régimen.mPor esta razón la fe y el compromiso como creyente fueron siempre un riesgo vivido desde una confianza incondicional en un misterio mayor de Amor y Gratuidad que desde muy joven experimenté que me habitaba. La presencia de un Amor absoluto que acompañaba y sostenía siempre mi vida en medio de tantas dificultades me empujaba a compartir mi vida con lo más olvidaos e invisibles y a dar razón de mi fe y mi esperanza. Por eso quise ser monja, pero eso me resultó imposible al vivir en un país comunista.
mujer de luz y de palabra, mi vida siempre ha trascurrido en la clandestinidad y mi historia ha sido sometida a la invisibilidad y el silencio. Nací en Checoslovaquia en Brno, 1932, en el contexto de un régimen comunista, en el seno de una familia católica que vivía su fe clandestinamente, formando parte de la iglesia invisible perseguida por el régimen.mPor esta razón la fe y el compromiso como creyente fueron siempre un riesgo vivido desde una confianza incondicional en un misterio mayor de Amor y Gratuidad que desde muy joven experimenté que me habitaba. La presencia de un Amor absoluto que acompañaba y sostenía siempre mi vida en medio de tantas dificultades me empujaba a compartir mi vida con lo más olvidaos e invisibles y a dar razón de mi fe y mi esperanza. Por eso quise ser monja, pero eso me resultó imposible al vivir en un país comunista.
Trabajé en lo que me salía para mantenerme económicamente y mantener a mi familia, pero gran parte de mi jornada, robándole horas al sueño y al descanso lo hacía en las actividades clandestinas de la iglesia católica. Así era nuestra vida como creyentes comprometidos. El arzobispo de Praga, monseñor Vlk, trabajó más de 20 años como un simple limpiacristales mientras organizaba la iglesia clandestina. Mi dedicación, mi entrega a cualquier hora, desafiando dificultades, mi formación con lecturas que conseguía no sé ni como, la forma de narrar el evangelio y conectarlo con nuestra realidad de iglesia invisible y mi responsabilidad en el acompañamiento y el cuidado de las personas, me fue dando una gran autoridad en esta iglesia perseguida.
Mi amistad e incondicionalidad con el obispo de Brno, también clandestino, Félix María Davidek me llevó a compromisos muy fuertes cuando éste fue encarcelado. Quizás por eso cuando en 1964, fue puesto en libertad, el mismo me nombró, primero su secretaria adjunta, y posteriormente vicaria general. Un nombramiento insólito para una mujer en aquel contexto. Asumí entonces importantes y arriesgadas responsabilidades en la organización de la estructura de la iglesia clandestina que requería sacerdotes arriesgados y libres. Por eso en un gesto de gran libertad por parte de mi obispo, en 1964 fui por ordenada sacerdote con otros curas casados, algunos obispos también casados y cinco mujeres más. La situación de urgencia así lo requería.
De todos ellos y ellas yo soy la única que tras años de silencio se decidió a narrar públicamente mi historia y mi servicio a la iglesia en la clandestinidad. La iglesia checa no sería lo que es sin el trabajo invisible que tantas mujeres hicimos arriesgando en ello nuestras vidas, ofreciendo nuestras casas para reunirnos, celebrando sacramentos a riesgo de ser multadas o encarceladas. El Vaticano conocía nuestra existencia y nuestro servicio desinteresado por amor al evangelio y a la iglesia. Pero cuando en 1989 cayó el régimen comunista en nuestro país y se abrió la libertad de cultos todo cambió para nosotras. El Vaticano dictaminó que nuestra ordenación había sido ilícita. Me sentí profundamente utilizada. Fue entonces cuando decidí guardar silencio y abrir un tiempo de discernimiento y reflexión pensando en lo que sería mejor para para mi comunidad, dado que se iniciaba una época nueva llena de esperanza, pese a la decisión del Vaticano sobre la ordenación de las mujeres y los hombres casados en la iglesia clandestina en Checoslovaquia.
En este tiempo intenté fijar una entrevista con el Papa Juan Pablo II por medio del cardenal Wyszynski de Polonia, pero sin conseguirlo. Después le pedí ayuda directamente para que me aceptase como lo que era una mujer ordenada. Le escribí una carta que decía simplemente: «Santo Padre, he recibido la ordenación sacerdotal en estas circunstancias, y ahora se lo comunico». El Papa encargó al cardenal Ratzinger poner orden. Roma negó la validez de mi ordenación sacerdotal y de los obispos y curas casados. Tristemente el tema se cerró definitivamente. Nuestros nombres y nuestro servicio se arrancaron de esa página de la iglesia, como si no hubieran existido. Por eso en 1995 decidí hacer pública mi historia escribiendo con la ayuda de Miriam Therese Winter un libro que lleva por nombre Desde lo hondo si queréis conocerme mejor os invito a leerlo.
Mi fe sigue siendo fuerte y se sustenta en el Evangelio más que en la iglesia que es siempre débil, como lo somos cada uno y cada una de nosotras. Hoy sigo colaborando en mi parroquia como responsable de la comisión litúrgica.
Pepa Torres Pèrez
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