Me parece mentira estar otra vez aquí. Parece que fue ayer, pero han pasado ya 100 años y aún más desde que aquella joven aristócrata, hija de los marqueses de Onteiro, que era yo, llegué con mi familia desde Avilés a Madrid en el año 1855. No podía imaginar como las periferias de esta ciudad y quienes las habitan transformarían mi vida de esta manera. Me educaron para brillar en los salones de la corte y reproducir los valores e ideales de mi clase social, pero la irrupción de las personas empobrecidas en mi vida, en aquel Madrid de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, de niños sin escuelas y mujeres y hombres hambrientos buscando la vida en las calles como fuera para poder sobrevivir, me abrió los ojos a una nueva conciencia.
Fue como el despertar de una realidad engañosa, el mundo no era como me lo habían contado y yo no me podía quedar tan tranquila. Una vez que abres los ojos y ves y decides mantener la mirada ante la realidad injusta y dejarte mirar por las personas empobrecidas, ya nunca nada vuelve a ser lo mismo.
Yo que siempre valoré la educación tan exquisita que había recibido por parte de mis institutrices de origen europeo, que me abrieron los ojos a otra forma de entenderme como mujer y disfrutar de la cultura, de la belleza, de la música, del deporte, porque quizás no lo sepáis, fui también una gran nadadora… al mirar a las personas empobrecidas cara a cara, mis privilegios se me hicieron cada vez más incómodos hasta que descubrí la manera de ponerlos al servicio de los últimos y últimas de la ciudad. Esta casa y esto que celebramos hoy tiene mucho que ver con ello.
Madrid era un hervidero de ideas nuevas, de revueltas, de reclamos sociales, la miseria de los suburbios era un grito insostenible, aunque las clases acomodadas y algunos sectores de la iglesia se empeñaran en hacerse los sordos. Pero yo me negué a ser mera espectadora de estos acontecimientos, sino que decidí vivirlos desde dentro y posicionándome del lado de los pobres.
Desde muy joven encontré en la espiritualidad la fuerza y el empuje de la vida, una fuerza presente en la hondura de todo ser humano, que nos invita a no dejar las cosas como están, a no resignarnos sino a transformar la historia y el propio corazón a favor de los últimos y ultimas. Movida por esa fuerza que se me hacía presente en los encuentros con las personas empobrecidas que reclaman reconocimiento, justicia y dignidad, di los primeros pasos de esta forma de vida que hoy se llama ser apostólica del corazón de Jesús, la congregación religiosa que hoy celebramos 100 años.
Siempre admiré a Ignacio de Loyola. Me atrajo de él su espíritu de búsqueda y discernimiento permanente, el compromiso de inserción en el mundo y la posibilidad de vivir una espiritualidad contemplativa en la acción, contemplativa en la relación, pero desde mi ser de mujer y en el siglo XX. Lo cual siempre resulta complicado en esta sociedad y mucho más en esta iglesia todavía tan patriarcal.
Tuve grandes amigos jesuitas, que me apoyaron y creyeron en mí hasta el final, como Jose María Rubio, pero también otros que no entendieron mi forma de actuar y me abandonaron en los momentos más difíciles, siendo esto para mí un duro golpe. También como Ignacio de Loyola fui muchos años laica. Una laica comprometida con el apostolado social. Solo muchos años después, como Ignacio, me haría religiosa, en la congregación que, junto con otras compañeras, fundamos para asegurar el futuro de todos los proyectos sociales y educativos que pusimos en marcha en las periferias de Madrid a partir de 1902.
¡Pero como es la vida, las vueltas que da la historia!, Ahora 100 años después, para asegurar el futuro de los proyectos que como congregación hemos emprendido volvemos a ponerlos en manos de los laicos, en lo que llamamos la misión compartida. Entendemos que el futuro no nos pertenece, el futuro es de los pobres y lo que somos y tenemos queremos que sea para ellos y ellas, más allá de nuestra permanencia como congregación en la historia
Todavía me acuerdo de la conversación con aquella costurera que me encontré un día por la calle y me conto la preocupación de tantas mujeres de los suburbios de Madrid ante la carencia de escuelas para sus hijos, e inmediatamente sentí un dolor tan grande en mi corazón que al día siguiente empecé a escribir a personas amigas y conocidas a ver que podíamos hacer, porque tocaba involucrarse.
Sentí un fuego que me ardía por dentro y que hizo brotar de mis labios una frase que quedaría para siempre marcada en mi corazón y en mi conciencia y en las de mis compañeras: Que por mí no quede. Así surgió lo que luego llamaríamos la red de escuelas de la Preservación de la fe o la Obra para la Educación Popular. Llegamos a abrir hasta 75 escuelas de barrio.
O cuando en aquel viaje de vuelta del santuario de Lourdes sentí tal dolor en mi interior ante la realidad de las personas empobrecidas enfermas que carecían de medios para ser atendidas y cuidadas, que, en el mismo tren, en un papel, que le pedí al revisor, empecé a escribir la idea del Patronato de enfermos. Una red socio sanitaria de atención a los pobres, constituida toda por personal voluntario. Una red que nace en las periferias, pero que más adelante se ubicará en esta casa como su sede central. De ahí que en la puerta actual todavía se mantenga el nombre, para no olvidar nuestros orígenes.
¡Que alegría estar aquí de nuevo!, pero veo que la casa está en obras, Menudo lio, pero para lío, cuando la construimos. Mi familia vivía más o menos cerca de este lugar y una noche que no podía dormir bajé a lo que entonces no era más que un solar y me pregunté con angustia: ¿Estaré loca? ¿Cómo vamos a pagar todo esto?.
Y así empezamos la construcción de este edificio, sin dinero, firmando pagarés en blanco, convencidas que de algún modo el dinero llegaría en el momento preciso de hacer los pagos, fiadas más en Dios que en nuestras propias fuerzas y recursos. …Y así fue…y así siguió siendo siempre una y otra vez …Nunca tuvimos miedo a ensayo error…Creer es confiar y arriesgar. Pero nada de esto hubiera sido posible sin la red de colaboradores y colaboradores laicos que se implicaron en estos proyectos. Personas seducidas como yo, por esa corriente de vida sumergida que acontece en las periferias, que sintieron su grito y abrazo urgiéndonos a forzar en común otra iglesia y otro mundo posible, desde abajo, con sabor a fiesta y banquete popular.
Estos colaboradores fueron sobre todo mujeres: Pilar Salcedo amiga incondicional y siempre laica hasta el final de su vida con nosotras, o mi querida Adela Ventura, que formaría parte del grupo fundador de la congregación religiosa y abriría la comunidad de Roma en la periferia de Torpignatara en plena guerra mundial, pero también varones como Bonafós.
En esto nos adelantamos a la época, fuimos precursoras del voluntariado social y un voluntariado liderado por mujeres, con autoridad femenina, con lo que esto suponía en una sociedad que negaba la capacidad de las mujeres para votar. Por eso hoy estoy tan contenta de este movimiento de mujeres cristianas feministas que lleva por nombre la Revuelta de las Mujeres en la Igleisa- Alcem la veu, que en Madrid nació también precisamente en esta casa. Recuerdo que en lo inicios atravesamos muchas dificultades, porque la gente a veces no entendía nuestra manera de trabajar, nuestro trato con los pobres, el deseo de aprender y contar con ellos y ellas. Fueron años muy duros. Las periferias se volvieron muy hostiles para la iglesia por la situación de abandono en que vivían, se hicieron fuertemente anticlericales, y todo se complicó aún más cuando llego la epidemia de la gripe y el tifus. Los suburbios se aislaron y nadie quería entrar a trabajar en ellos, pero nosotras nunca dejamos de hacerlo, eran nuestros amigos nuestra gente querida, no podíamos abandonarlos. Su clamor era para nosotras un grito, pero también y a la vez como sigue siendo hoy un abrazo de amor y esperanza contra toda desesperanza.
¡Cuántos recuerdos me trae este lugar! Recuerdos alegres por tantas fiestas y encuentros como celebramos en este patio hoy en obras. Siempre pensé que la gente cristiana tenemos que ser más cantora que plañidera y festejar la vida a cada rato, aunque mañana no sepamos lo que va a pasar. Eso hacia también Jesús, acusado de comedor y bebedor y estar rodeado de gente de mala fama.También dijeron eso de mí. Pero siempre pensé que la fiesta es generadora de resistencia y comunidad y la alegría compartida es en sí revolucionaria, porque es capaz de s
ostenernos también cuando llegan los tiempos amargos. La verdad es que en esta casa también vivimos tiempos amargos, sin duda los peores durante la guerra civil, esa absurda contienda entre hermanos que dejo tanta muerte, tanto odio y tanta pobreza.
ostenernos también cuando llegan los tiempos amargos. La verdad es que en esta casa también vivimos tiempos amargos, sin duda los peores durante la guerra civil, esa absurda contienda entre hermanos que dejo tanta muerte, tanto odio y tanta pobreza.
Al principio cuando llegaban las noticias de que las monjas y los frailes estaban siendo detenidos y otros abandonaban los conventos mi preocupación mayor eran que no nos subieran los impuestos y no tener nada para dar de comer a los miles de personas que venían a esta casa en busca de alimento para sus familias. Pero un día un grupo de milicianos armados vinieron a por mí. Buscaban a la aristócrata, decían. Uno creyó reconocerme, pero cuando vieron mis manos, el que lideraba el grupo dijo, ¿no veis que estas manos son de obrera y no de rica?, y se marcharon sin detenerme. Y era verdad la aristócrata había dejado de serlo hacía ya muchos años por la fuerza transformadora de quienes habitan las periferias.
Pero después de esta visita decidimos que era mejor que algunas de nosotras estuviéramos escondidas porque constituíamos una amenaza para el resto. Fue entonces cuando, con el nombre de Madame Dantaibille, las religiosas del Sagrado Corazón, siempre amigas, me acogieron en una de sus casas en Marsella junto a otros refugiados. Pero mi instancia allí fue muy breve y en cuanto pude volví a España y me instalé en Pamplona con otras compañeras, para proteger a las más jóvenes. Aproveché este tiempo para escribir. Me encantaba hacerlo por eso he dejado una abundante obra escrita, pero ese es otro tema, que los dejo para otra conversación
Antes de que acabara la guerra cuando se empezaba a ver el final de los acontecimientos conseguí algunos salvoconductos para moverme para cruzar España y ver en persona la situación en que habían quedado las comunidades, los proyecto que habíamos puesto en marcha antes de la guerra. Y así en trenes abarrotados de gente que huía o que desesperadamente buscaba a sus familiares sentí de nuevo un ardor interior imparable que nos urgía a empezar de nuevo y a acompañar y combatir tanta pobreza y sufrimiento.
Y así lo hicimos, sin más recursos que la ley interior del amor y su creatividad prodigiosa, sin importarnos nunca en que bando había luchado la gente, en una España divida entre vencedores y vencidos. Nuestra fuerza y nuestro motor no fue otro que el más ardiente amor al Evangelio y la máxima estima de la dignidad de la persona, junto con el deseo de que todas las personas se sintieran con derecho a contar con nosotras
La muerte me sorprendió en el año 1949, con dos sueños en la cabeza: articular el laicado en la congregación y compartir la vida con quienes habitan las periferias de América Latina. El primero quedó un poco más en el olvido de mis compañeras, pero el segundo se llevó enseguida a cabo en el año1954. Una comunidad de Apostólicas del Corazón de Jesús empezó a compartir su vida con el pueblo mexicano. Las comunidades se fueron extendiendo, más tarde en Perú y luego años después en Bolivia, Republica Dominicana, El Salvador y más recientemente en África, en Angola y Sudán del Sur.
Muchas cosas han pasado desde mi muerte. El Concilio Vaticano II, varios papados, la caída del muro de Berlín, la globalización, la revolución digital, el acontecimiento Francisco, la pandemia, el cambio climático, y el ajuste de tuerca del capitalismo neoliberal postcovid, la guerra de Ucrania, y tantas guerras invisibles que existen en el mundo, y los cientos de miles de desplazados y desplazadas que generan. Siempre el clamor de las periferias y su provocación como grito y abrazo, anuncio y denuncia
Yo soñé una congregación siempre en búsqueda, con oído atento al murmullo de los empobrecidos y empobrecidas, flexible, con capacidad de adaptarse e inculturarse según tiempos y lugares
En los años 70 y 80 de la mano de la Conferencia de Puebla y Medellín, la congregación dio un salto cualitativo que nos transformaría profundamente: el salto de la caridad a la promoción de la justicia y la inserción en las organizaciones populares. Abandonamos las obras propias para a trabajar con redes y colectivos implicadas con los derechos humanos y los movimientos sociales. Muchas de mis compañeras abandonaron los colegios y las obras sociales y asumieron trabajos manuales como una forma de vida más próxima a las gentes de las periferias. Se hicieron trabajadoras de hogar, obreras en las fábricas o el trabajo temporero en el campo, traperas en cooperativas de reciclaje, maestras públicas, y otras educadoras y trabajadoras sociales y hasta algunas teólogas, como formas concretas de acoger y anunciar al Dios de las periferias
También en este largo recorrido poco a poco cuando la educación en España fue cubierta por la educación pública fuimos abandonando en los colegios y dejándolos en manos de fundaciones o cooperativas, para pasar nosotras a trabajar con la infancia y la juventud de otra manera: implicándonos en la JOC, o el movimiento Junior, proyectos de educación de calle, reinserción de jóvenes presos, prevención y acompañamiento en drogodependencias o en el fracaso escolar, etc.
Cuando miro hacia atrás veo como nos hemos recreado en todo este tiempo y me doy cuenta de que ha sido posible por la experiencia que tenemos de que Dios se nos muestra como empobrecido y empobrecida ante nosotras y nos pide que le amemos y el amor es siempre creativo y audaz.
Desde hace ya casi dos décadas hay una fundación que lleva mi nombre la Fundación Luz Casanova- EDE. Ellos y ellas siguen también viviendo y recreando mi pasión por la dignidad de las personas más empobrecidas y el reconocimiento de sus derechos sociales de forma innovadora….
Aun quiero contaros una última cosa. A lo largo de toda esta historia los derechos de las mujeres han avanzado mucho pero todavía la feminización de la pobreza y la violencia de género es un clamor ensordecedor que nos llega desde las periferias.
Junto a ello el lugar de las mujeres en la iglesia sigue siendo subalterno y discriminatorio. Por eso desde hace muchos años estamos fuertemente comprometidas con las mujeres y sentimos que su causa es también la nuestra, hasta que la igualdad sea costumbre.
También hoy el clamor de las periferias se escucha en diferentes lenguas y acentos y su abrazo nos lleva a través de cuerpos de piel negra o cobriza. La situación de las personas migrantes y refugiadas son un grito ensordecedor que nos lleva luchar juntas contra el racismo y la necropolítica de fronteras hasta cerrar todos los CIES (Centros de Internamiento de Extranjeros) y hasta que nadie sea ilegal y en ello estamos poniendo la vida
Me parece un sueño todo esto …Hacía tanto tiempo que no recorría esta casa…Pero ¡qué digo! la verdad es que nunca me he ido, siento que mi espíritu sigue vivo en otros rostros otros acentos, otros lenguajes… otros proyectos …pero siempre sostenidos y sostenidas por una misma esperanza, una utopía que pide ser encarnada en comunidad, en colectivo juntando espaldas: el clamor de las periferias grito y abrazo
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Pepa Torres Pérez
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