Soy Maria Skobtosova, aunque el nombre con que me recibió la vida fue el de Elizabeth Pilenko. Nací en 1891, en Riga (Letonia), entonces perteneciente al Imperio ruso. Nací en el seno de una familia acomodada. Desde muy joven destaqué en los ambientes culturales e intelectuales de San Petersburgo. Descubrí en la poesía el lenguaje adecuado para comunicar los anhelos de justicia del pueblo ruso y sobre todo de las mujeres.
Mi situación de privilegio hizo posible que pudiera acceder a los círculos teológicos, que siempre me interesaron y que le eran negados a las mujeres de mi época. Me casé en 1910 con Dimitr Kuzmin Karavaiev, padre de mi primer hijo, mi querido hijo Yuri, que moriría como yo en la cámara de gas. Este matrimonio duró muy poco, aunque siempre fuimos grandes amigos. La situación de los empobrecidos y empobrecidas en Rusia y la emergencia del socialismo levantaron en mí una pasión que me encendió el corazón hasta comprometer mi vida en ello y a renunciar a todos mis privilegios de clase.
En 1917 me afilié al Partido Socialista Revolucionario, pero fui siempre libre de etiquetajes y siglas y por ello tuve que afrontar muchas consecuencias dolorosas. Como cuando los bolcheviques me obligaron a abandonar Crimea, acusándome de enemiga del pueblo. o como cuando poco después, el ejército blanco me juzgó por complicidad con el ejército rojo y del que aún no sé cómo pude salir absuelta.
Por aquel tiempo conocí a Daniel Skobtsov, el gran amor de mi vida. Me enamoré perdidamente, pues nos unía además de forma vigorosa y creativa el sueño de un proyecto de familia abierto y comprometido socialmente con los pobres y la justicia. Nos casamos. Al hacerlo decidí tomar su apellido y renunciar al mío y con ello a lo poco que me quedaba de mi origen y clase.
La miseria y la sangre corrían de la mano en Rusia y nosotros decidimos vivir en el sur, alejados de las luchas por el poder y conviviendo con los campesinos y obreros. Fue allí donde el cristianismo empezó a atraerme con fuerza y el Evangelio se convirtió en esperanza y creatividad en mi vida. Así fue, y de forma aún más intensa cuando mi familia fue obligada al exilio y las fronteras nos separaron. Atravesando muchas dificultades mi hijo Yuri y yo llegamos a Paris donde nos afincamos en un barrio de la periferia, compartiendo techo y vida con otros exiliados.
El sufrimiento del exilio la pérdida de mi marido y de mi hija Anastasia me volcó absolutamente hacia el trabajo social con los más pobres, como una forma colectiva de compartir el dolor y el consuelo y en la que el espíritu de resistencia del Evangelio se me hizo presente cada día. Fue también en París cuando retomé mi pasión por la teología. La amistad con Serge Bulgakov, el gran teólogo ruso, exiliado también en Francia, nos permitió a poner en marcha círculos de pensamiento crítico teológico y una red de acogida y solidaridad para combatir la pobreza extrema en que muchos exiliados e inmigrantes vivían en Francia.
Siempre fui un gran amante de la filosofía, la poesía, la teología, pero fue entonces cuando descubrí con fuerza que el versículo del evangelio “amaos los unos a los otros”, contenía toda la sabiduría del mundo y me entregué apasionada y absolutamente a ello. Como consecuencia de este deseo de entregarme al absoluto de Dios y su encarnación en los pobres cuando decidí hacerme monja y así fui recibida en la iglesia ortodoxa, , con una condición: que mi claustro no sería otro que los barrios pobres del Paris y los corazones rotos de las víctimas de la injusticia y la violencia.
En 1932 hice los votos monásticos y tomé el nombre de María (en memoria de Santa María Egipcíaca). Dos años después en 1934, con otro gran amigo y compañero ruso exiliado, el sacerdote, Dimitri Klepinin en un edificio en ruinas situado en la rue Lourmel abrimos una casa de acogida que posteriormente seria también un símbolo de la resistencia frente al nazismo en la Francia ocupada. Desde esta casa se facilitó la salida del país de cientos de familias judías con certificados de bautismo cristiano a modo de salvoconductos. En 1940 la Gestapo clausuró la casa, Dimitri Klepinin y Yuri, mi hijo, fueron detenidos y enviados al campo de concentración de Dora y yo al de Ravensbrück.
En medio del horror de Rabensbruck, con ayuda de otros compañeros y compañeras creamos grupos de apoyo y de resistencia entre nosotros a través del tejido de bordados de iconos. Me lo susurró una noche el Espíritu, en la que creía que ya no podía más. Un día antes de que el campo fuera liberado me ofrecí voluntariamente a sustituir a una mujer judía, madre de dos hijos en su entrada en la cámara de gas. El espíritu me susurró siempre al corazón algo que escribí constantemente en mis cuadernos: Es necesario vencer la desmesura del mal con el amor y el bien sin mesura”.
Muchas veces me sentí desfallecer a lo largo de mi vida, pero el evangelio fue siempre para mi fuente de resistencia y creatividad. Así lo plasmé también en muchas reflexiones, poemas y oraciones recogidos en el libro El sacramento del hermano. Hoy quiero deciros también a vosotras que nos os canséis de pedir al Espíritu, a la Ruah femenina de Dios, que” intensifique vuestras luchas” como hizo con las mías hasta hacerlas fecundamente eucarísticas
Pepa Torres Pèrez
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