Etimológicamente la palabra diákonos significa servidor, refiriéndose, en el mundo grecolatino, a quienes sirven desde el punto de vista físico, material y corporal. Lo mismo ocurría en la cultura judía en tiempos de Jesús al considerar la diaconía como servicio doméstico, realizado por esclavos, siervos y mujeres. Jesús va a referirse a sí mismo como El que sirve (Mt 20,28).
En el contexto de un mundo dominado por la ley del más fuerte, la meritocracia, la crisis de los cuidados y el desprecio de los últimos y ultimas, el servicio está absolutamente desprestigiado y su significado “manipulado” y convertido en numerosas ocasiones en servilismo acrítico. Sin embargo, en esta guerra contra la vida en la que como civilización estamos inmersos, el planeta y la humanidad sólo podrán salvarse por la interdependencia, el servicio y la solidaridad. Por eso en el actual orden global que vivimos se hacen imprescindibles diáconos y "diáconas" que “desorden“ el mundo, que sub-viertan los valores impuestos por el capitalismo y el patriarcado: racista, clasista, machista , heteronormativo y colonial, y su capacidad de colonizar conciencias.
Necesitamos diáconos y “diaconas” que se apunten a anteponer el valor de lo comunitario y la construcción de un nosotras cada vez más amplio e inclusivo, que rompa con las crueles consecuencias del individualismo, la indiferencia, los clubes privados y los derechos de admisión. Mujeres, hombres y otras identidades no binarias, que no se conformen con el esto es lo que hay, sino que desde la inteligencia colectiva y el poder de construir sueños de bien vivir, agujereen los infiernos humanos y gesten espacios habitables donde la vida merezca la alegría y el sentido de ser vivida y no sea una pesadilla para nadie.
Diáconos y “diáconas” desordenadas para quienes las personas sean más importantes que los mercados, los intereses bancarios y sus letras pequeñas. Personas que no pretendan convencer, sino persuadir, de que es posible vivir de otra manera, que los y las diferentes no son un problema sino una oportunidad y que ser inmigrante es ser un igual a mí en dignidad y en derechos.
Diáconos y “diáconas” desordenadas, desobedientes a las consignas del sistema y obedientes al Evangelio, que anteponen la ley del amor a la legalidad injusta, y al miedo, o la sospecha; que apuestan incansablemente por el respeto y la no violencia activa frente al enfrentamiento y la polarización, social que enturbia la convivencia.
Personas que desde el cada día se van haciendo expertas en levantar puentes, en lugar de muros y generar cultura del encuentro en nuestros barrios y en la vida pública, frente a los discursos del odio y el racismo que se va extendiendo moco un tumor maligno en nuestros ambientes.
¿Nos apuntamos a este nuevo ministerio “desordenado”?
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