Hace más de un año cuando la nevada Filomena arrasó las plantas de un patio comunitario donde nos reuníamos diversos colectivos de mujeres decidimos, al llegar la primavera, hacer una convocatoria para que el patio floreciera de nuevo. La llamamos Sembrar resistencias y así lo hicimos incluso bajo una lluvia torrencial. Desde entonces nos animamos a hacerlo todos los años en lugares diferentes del barrio donde las mujeres nos encontramos. Porque de los ciclos naturales, aprendemos, que tras el invierno la primavera vuelve a emerger, por eso tenemos que hacernos expertas y expertos en sembrar resistencias que a su debido tiempo florezcan.
En las culturas mediterráneas el mes de mayo es siempre un tiempo propicio para la sementera. Sembrar resistencias y propuestas en busca de salidas comunitarias a la guerra contra la vida en la que estamos inmersas. Porque la guerra de Ucrania, trágicamente de actualidad en todos los medios de comunicación, frente a tantas otras condenadas a la invisibilidad y al olvido, se inserta en esta otra de dimensiones aún mayores. Una guerra contra la vida que ataca las bases materiales, los vínculos y las relaciones sin las cuales es imposible que se sostenga, no solo en Occidente sino de Sur a Norte del planeta. Una guerra que reproducimos con estilos de vida depredadores que explotan desde prácticas cómplices vidas y pueblos que no importan.
Por eso, porque hay expertos en expolio nosotras queremos serlo en sementera, incluso en condiciones adversas, como aquellas mujeres de las que habla Galeano en uno de sus cuentos, que cuando huían de las plantaciones donde habían sido esclavizadas Antes de escapar, robaban granos de arroz y de maíz, pepitas de trigo, frijoles y semillas de calabazas. Sus enormes cabelleras hacían de graneros y así cuando llegaban a los refugios abiertos, las mujeres sacudían en sus cabezas y fecundaban de este modo la tierra libre. O como otras mujeres que nos han precedido y que son para nosotras maestras de vida en las luchas por ecojusticia y la equidad de género, aquellas que nos recuerdan que lo que nuestras madres plantaron, nosotras cosechamos. Plantaron libertades, sueños, desmanes, quejas, lo nuevo, lo por venir. Les dijeron que no crecería, pero plantaron. las llamaron locas, pero plantaron, Y como lo plantado tenía fuerza y raíz (…) llego a nosotras (…) De ellas obtenemos frutos y semillas que volveremos a plantar.
En Este mayo “postcovid” tengo mis energías y mis deseos puestos en varias siembras colectivas que vienen de largo. La primera de ellas es el reconocimiento de los derechos de las trabajadoras de hogar y de cuidados históricamente negados, y la ratificación del convenio 189 de la OIT, así como su inclusión en el régimen de la Seguridad Social con todos los derechos, incluido el del subsidio al desempleo. Son años de mucho cuidado e inteligencia colectiva en esta siembra, liderada por las mujeres migrantes que tras innumerables resistencias y propuestas peleadas palmo a palmo, en la calle, en la conciencia de las propias trabajadoras, en la ciudadanía y en las acciones de incidencia política, por fin han obligado al gobierno a trasladar la ratificación al Congreso para ser votada.
Quizás esté pronto por llegar el tiempo de esta cosecha, pero mientras tanto no habrá que bajar la guardia hasta que la ratificación sea un hecho en las condiciones y con los contenidos y aplicaciones que las propias trabajadoras demandan. Hasta que así sea y al grito de desde la lastima nada, desde la dignidad todo y ¡querían brazos, pero llegamos personas! seguiremos sembrando y alentando esta lucha.
La otra siembra en la que andamos inmersas muchas mujeres cristianas y feministas es la revuelta de las mujeres en la iglesia y la preparación del Sínodo mundial: Catholic Women Council, que celebraremos presencial y virtualmente en Roma en octubre de este mismo año. Una siembra de sororidad y conciencia crítica enormemente creativa en las propuestas que vamos recogiendo y elaborando para conseguir esa reforma estructural de la iglesia desde la perspectiva de las mujeres que tanto nos urge. Somos muchas las que estamos convencidas que sin el reconocimiento de nuestros derechos y la aportación de las mujeres en ella la iglesia traiciona lo mejor de sí misma.
Pero para esa cosecha aún queda…
Pepa Torres Pérez
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