Llevábamos días constatando la ausencia de muchos alumnos bangladeshíes y paquistaníes en las clases de español del Centro de inmigrantes de ASTI en el barrio, hasta que una llamada telefónica nos hizo caer en la cuenta y reaccionar. Creíamos que se debía a que la gente se había marchado haciael Sur a buscarse la vida, como sucede otros años por estos meses. Pero la llamada de Hassan y su pregunta nos hizo conscientes que se trataba de algo bien distinto:
¿Nos va a pasar a nosotros lo que le están pasando a la gente en Idomeni?.¿Nos van a mandar también a nosotros a Turquía? ¿Nos van a deportar? Mi familia en Paquistán está viendo por la tele lo que está pasando y están aterrorizados… ¿Qué podemos hacer? Tengo miedo y llevo días sin salir de casa y muchos de mis paisanos también.
Seguimos día a día las noticias terribles de Idomeni. Las imágenes son espeluznantes, pero hasta la llamada de Hassan, no nos habíamos parado pensar en lo que suponían en las vidas de nuestros vecinos y amigos inmigrantes sin papeles, que llegaron a España pasando por esa frontera. Las palabras de nuestro amigo paquistaní nos hicieron reaccionar
Decidimos entonces organizarnos, ir a sus casas con el fin de explicarles que el acuerdo criminal entre UE y Turquía no les afectaba directamente. Fuimos a “hablarles”, pero en seguida se invirtió el encuentro, pues lo que ellos querían era que escucháramos sus relatos de horror.
Muchos nos hablaron del racismo, los insultos y amenazas de las gentes del entorno de Amanecer Dorado o de las fuerzas de seguridad turcas. Otros nos contaron el infierno de su reclusión en los CIES griegos: hambre, hacinamiento, insalubridad y la terrible desesperación de sentirse encerrados en una jaula como animales, hasta que por fin pudieron salir y viajar destino primero a Francia y luego a España.
Decidimos entonces organizarnos, ir a sus casas con el fin de explicarles que el acuerdo criminal entre UE y Turquía no les afectaba directamente. Fuimos a “hablarles”, pero en seguida se invirtió el encuentro, pues lo que ellos querían era que escucháramos sus relatos de horror.
Poco a poco intentamos reorientar la conversación hasta poder explicarles que ahora su situación era distinta, que el acuerdo criminal entre UE y Turquía no les afectaba a ellos directamente, que teníamos que seguir juntos apoyándonos contras las redadas, los CIES, los macro vuelos, las multas por vender paraguas o rosas por la calle.
Les animamos a seguir viniendo a clases y prepararse activamente hasta conseguir el pre-contrato ansiado, que les da paso a poder solicitar su permiso de residencia. Pero en sus ojos solo había miedo y en los nuestros vergüenza.
Han pasado ya unos días de estas visitas y las imágenes terribles de la violencia con que se están llevando a cabo las devoluciones a Turquía continúan golpeando nuestras conciencias. Llueve a cántaros hoy y mientras termino este texto espero en el Centro de inmigrantes, a que vayan llegando mis amigos paquistanies y banglas para ir juntos a la cacerolada convocada por la Red solidaria de Acogida y unir así su miedo y nuestra vergüenza en un grito.
Un grito que llegue hasta Idomeni, un grito contra la violencia legal de los estados, que martillee su conciencia hasta reventar su inhumanidad e indiferencia.
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