La pasión por aprender de las mujeres y su esfuerzo por hacerlo en situaciones adversas siempre me ha apasionado y contagiado.
De hecho conozco historias increíblemente bellas a la vez que terribles, como la de Antonia, una amiga extremeña que era pastora y recorría kms a pie para llegar al nocturno de Educación de adultas en un pequeño pueblo extremeño, allá por los años 80.
O historias como la de Lola, otra amiga andaluza, que se sacó el graduado a escondidas de su marido y que convirtió el cuarto de baño en sala de estudio, pues mientras él creía que ella se estaba maquillando y arreglando para salir, ella hacía las fichas de los temas que tenía que presentar en clase.
O la historia de Marisa, madre sola con un hijo y obrera en una fábrica de Alicante que consiguió sacarse un doctorado en sociología.