El filósofo Josep María Esquirol me tiene conmovida, especialmente su libro La penúltima bondad, Ensayo sobre la vida humana (Barcelona 2018). Transcribo uno de los textos que me resultan más provocadores:
“La bondad salva al mundo, la bondad cotidiana de las personas; la bondad en las acciones de unos hacia otros. Esa bondad, esa “absurda bondad es lo más humano que hay en el hombre, lo que le define, el logro más alto que puede alcanzar su alma. A veces esa bondad, parece pequeña e impotente ante la monstruosidad y la extensión del mal. No obstante, en su impotencia y en su debilidad “nunca podrá ser vencida”. De aquí que la bondad, que es una de las vibraciones de la vida, sea la esperanza del mundo.
En las afueras de un monasterio budista, en las montañas del Himalaya, hay una piedra con un acertijo inscrito en ella: ¿Qué hay que hacer para que una gota de agua no se seque?”. Detrás de la misma piedra se encuentra la respuesta: “Dejarla caer al mar”. Bellísima imagen. Pero corresponde a la idea de integración oceánica y de totalidad que no comparto. Tal vez cabría un respuesta alternativa propia de las afueras- de la intemperie, del desierto-:¿Qué hay que hacer para que una gota de agua que no se seque?. Ponerla en los labios de alguien que tenga sed”.
Vivimos tiempos de barbarie: Según el último informe de Asociación Pro-derechos humanos de Andalucía más de 249 personas han perdido la vida intentando alcanzar España en 2017 entre ellos Samuel, el niño de cuatro años cuyo cuerpo apareció en Enero en las costas de Barbate, y su madre Veronique Nzaz, cuyo cadáver fue descubierto en Febrero en Argelia. Tiempos en los que la barbarie legisla leyes asesinas y pretende tomar las instituciones.