Anoche, después de estar en casa de unos amigos, al volver a la mía me costó dormir. Un sentimiento de malestar y rabia me lo impidió hasta que por fin altas horas de la madrugada conseguí relajarlo. Nuestros amigos nos habían invitado a cenar. Uno de ellos acaba de ser padre por primera vez y aunque no podrá ver a su hija y su mujer hasta dentro de ocho meses, que es cuando calcula que podrá haber ahorrado el dinero para el viaje a su país, quería celebrarlo con unos cuantos amigos y amigas españolas.
Yo no había estado nunca en su casa y aunque conozco bien la situación de la vivienda en Lavapiés y su especulación, la verdad es que me impresionó ver un cuarto de bicicletas en el bajo de un bloque de vivienda ruinosa convertido en piso de alquiler, en concreto el piso en que vivían nuestros amigos anfitriones.
En un espacio minúsculo y sin ninguna ventilación más que una rendija de la anchura de una mano que daba al pasillo del portal, estaban dos literas dobles, una mesa cuadrada chiquita, tres sillas y un congelador donde guardan las botellas de agua y las latas que venden cada día a en la calle y que es su fuente de ingresos. Habían preparado una cena especial para nosotras y adornado con guiñarlas la estancia. Su alegría y su hospitalidad contrastaban fuertemente con la sensación de agobio e indignidad de aquella infravivienda.
Cuando estábamos tomándonos el postre llamaron a la puerta y de malas maneras apareció el casero para decirles en tono amenazante que en un mes tenían que irse porque su hijo necesitaba la casa. Nuestros amigos sin perder la calma le dijeron que tenían un contrato y que todos los meses pagaban sus 600 Euros de alquiler y que si ellos cumplían él tenía que hacerlo también y que tenían derecho a quedarse.
Yo me quedé impresionada cuando me enteré del precio de aquel cuchitril y mucho más que el hijo de ningún casero español lo necesitara como vivienda, sino que más bien pensé que era una estrategia para echar a los inmigrantes, hacer un pequeño arreglo superficial y convertirlo en alojamiento para turistas, que es la última moda del barrio. El casero se fue y mis amigos se quedaron muy preocupados aunque convencidos que tenían sus derecho y que no se iban a marchar casa. Al día siguiente quedaron en ir a hablar con la abotagada de una asociación.
Esta mañana después de esta noche un tanto imsomme me he encontrado en la boca del metro con unos amigos de la Plataforma de vivienda de mi barrio informando y recogiendo firmas para la Campaña de apoyo para la Iniciativa legislativa Popular por una ley urgente de Vivienda en Madrid exigiendo vivienda pública y alquileres sociales, frenar la especulación y denunciando que apenas el 1% de la vivienda en Madrid se destina a vivienda pública mientras que los fondos buitres se han hecho con más de 5000 viviendas y que las listas de espera de solicitantes en situación social grave se alargan a más de 10 años . He firmado y les he pedido un turno en la mesa.
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