Desde chiquita mi padre me enseñó a acoger el nuevo año cuidando los zapatos. El 1 de Enero era un ritual familiar limpiarlos y abrillantarlos todos juntos antes de salir a la calle en el primer paseo del año y mientras lo hacíamos nos contaba que mi abuelo le había enseñado a él a hacer lo mismo.
Mi padre, que fue niño de postguerra sabía bien lo que era carecer de ellos. Pero este año nuevo han sido otros zapatos los que hicieron que me despertaran con estremecimiento. Los zapatos, o mejor dicho las deportivas de los más de 80 inmigrantes subsaharianos que permanecieron encaramados en la valla de Ceuta entre la madrugada del 31 de Diciembre y el 1 de Enero y que fueron brutalmente reprimidos con material antidisturbios, pelotos, gases por las fuerzas de seguridad del estado hasta ser finalmente devueltos en caliente a Marruecos. Como consecuencia de estos hechos han muerto dos jóvenes africanos y un tercero ha perdido un ojo.
Una vez más, por mucho que intenten disfrazarla de “legal”, primó la barbarie, sobre la humanidad, la justicia y el respeto a los derechos humanos. La noticia apenas ha tenido eco en los medios, a no ser por el empeño de algunas organizaciones y grupos de iglesia alternativos empeñadas en romper el muro del silencio.
Nos hemos acostumbrado a naturalizar el expolio de África y el de sus hijos e hijas, el derecho de los africanos a migrar y también a no verse forzados a hacerlo. Pero sus zapatos despedazados en las concertinas y sus cuerpos rotos gritan y seguirán gritando, como dice Monseñor Agrelo, obispo de Tánger, que los inmigrantes no son un peligro, sino que están en peligro.
Aunque la nota de prensa oficial acusa a los subsaharianos que protagonizaron ese salto de haber actuado de forma extremadamente violenta y organizada. Sin embargo, el obispo, ha afirmado que la única arma que él ha podido comprobar en su encuentro con ellos, tras los acontecimientos, no han sido otras más que el hambre y el frío y que la iniquidad contra los pobres, que se lleva a cabo en la frontera Sur tiene armas más poderosas como son la censura y la mentira.
Aunque la nota de prensa oficial acusa a los subsaharianos que protagonizaron ese salto de haber actuado de forma extremadamente violenta y organizada. Sin embargo, el obispo, ha afirmado que la única arma que él ha podido comprobar en su encuentro con ellos, tras los acontecimientos, no han sido otras más que el hambre y el frío y que la iniquidad contra los pobres, que se lleva a cabo en la frontera Sur tiene armas más poderosas como son la censura y la mentira.
Mientras tanto en los campamentos de Beliones los africanos siguen arreglando sus zapatos, insertando clavos en sus suelas para intentar un nuevo salto y nos urgen a gastar las nuestras denunciando las devoluciones en caliente.
Inshallah
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