No sé si ha sido por la muerte de Zygmunt Bauman, profeta del mundo líquido o porque hace unos días en el funeral del padre de un amigo me reencontré con personas, que aunque hacía muchos años que no nos habíamos visto, la hondura de la comunicación y el reencuentro fluyó con una facilidad insospechada, el caso es que llevo unos días dándole vueltas al poder de los vínculos y los encuentros y reencuentros en la vida.
Según una tradición tibetana existe un hilo invisible de color rojo que nos mantiene conectadas a las personas que amamos o con las que hemos vivido experiencias significativas que hace que, aunque el tiempo o la distancia nos separen, permanezcamos unidas y en una misteriosa interconexión, comunicándonos aliento y fuerza, aun sin saberlo.
Exactamente eso es lo que experimenté el otro día cuando recibí una llamada telefónica de una amiga, compañera de sueños y luchas en la época dura de los 90, cuando la heroína, entró salvajemente en la vida de tantas mujeres, a las que acompañamos por aquel entonces, y que tras años de militancia en temas sociales decidió, para sorpresa y desconcierto de muchos, dejarlo todo, hacerse agricultora, construirse una casa sin esquinas, educar a sus mellizos recién nacidos en permanente contacto con la tierra y vincular sus sueños a los de las mujeres rurales. En esa apuesta continua arraigada su vida, entre siembras, cosechas y cooperativas y agricultura ecológica.
El caso es que su vida y la mía tomaron derroteros muy distintos desde hace ya hace más de 15 años pero seguimos sintiendo que hay un hilo invisible que enlaza y actualiza la relación y que nos ayuda a sostenernos mutuamente y a apoyarnos en las nuevas transformaciones en las que cada una estamos, las nuestras y las de nuestros ambientes, pue ambas somos mujeres de “causas y utopías de largo alcance”. El hilo poderoso que nos une, se sirve paradójicamente de mediaciones muy frágiles, una llamada de vez en cuando, fotos, música, textos compartidos, o algún correo más cuidado en el que nos compartimos proyectos y preguntas
Por eso frente a la liquidez del mundo apuesto incondicionalmente, como dice Lia Cigarini,[1] por la política de la relación, la política sostenida en la creación y el cuidado de vínculos en libertad, porque allá donde éstos se dan hay sentido compartido y se puede construir común. Por eso creo también que no existe verdadera política sino es desde ellos. De ahí que desde hace muchos años la organización en la que creo es la que nace de la relación y a ella dedico gran parte de mis energías, al cuidado de los encuentros y los reencuentros.
Encuentros y reencuentros como el de hace unos días en un pequeño ritual de acogida que organizamos en nuestra casa para celebrar el regreso de sus países de origen de unos cuantos amigos del mundo que venían de ver a sus familias con el corazón dividido entre el acá y el allá. Entre dyembes y otros ritmos nos descalzamos, como signo de respeto y admiración, y escuchamos los relatos vitales de cada uno para terminar intercambiarnos finalmente los zapatos y hacer nuestros los caminos que cada uno habíamos recorrido
O como el de R.H, una mujer mayor bangladeshì, que salió una tarde a comprar y durante dos noches la familia la buscó desesperadamente, hasta enterarse que había sido detenida por su situación de ilegal, y cuando por fin fue puesta en libertad, allí que nos presentamos, su hija y un grupo de amigas, en la puerta de la comisaría, para darle calor y ofrecerle la acogida y la humanidad que la ley de extranjería le niega.
O como el encuentro que hace un mes tuvimos colectivos para preparar los actos en memoria de Tarajal, buscando confluir a la vez, en el mismo día y a la misma hora, en Duala (Camerún), con las familias de las víctimas, en Ceuta, en los actos organizados por IV Marcha de la dignidad, en la playa donde aconteció la matanza y en Madrid, leyendo un mismo comunicado, exigiendo justicia para las víctimas, ni una muerte más en las fronteras, sumándonos al dolor de las familias y haciéndoles llegar nuestros mensajes de apoyo y solidaridad
Encuentros y reencuentros que nos recuerdan que el mejor antídoto contra el sálvese quien pueda y el cada uno a lo suyo es sabotear el individualismo y la sumisión que el sistema nos inocula, con el poder de la relación y la organización, porque como coreo con las gentes del patio Maravillas, cuando nos reencontramos, aunque nos quieren aislados y en soledad nos encontrarán en común.
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