Llevo un par de semanas con el brazo y la mano derecha inmovilizada por un pequeño accidente. Es una situación nueva que me obliga a “no valerme por mis manos”, sino a “ponerme en las manos” de otros y otras.
Manos que me ayudan a levantarme y asearme, manos que sostienen y ofrecen seguridad cuando cojo el autobús para ir al médico, manos que se ofrecen para escribir al ordenador mis palabras, manos de diferentes colores y texturas que cuidan y piden permiso para hacerlo.
Manos cobrizas como las de Farzana, que cuando me ayuda a vestirme me repiten cariñosamente tu ayudar a mí, yo ahora ayudar a ti, o manos negras, fuertes y grandes como las de Ammadou, al que tantas veces he acompañado al médico desde los grupos de yo si sanidad universal, y que ahora protege mi brazo inmóvil en el autobús para que nadie me lo roce mientras me acompaña al hospital.
Hoy por ti mañana por mí me repite Sandra, una vecina ecuatoriana que también tuvo un pequeño accidente hace unos meses y las compañeras de la asociación le echamos unas manos con sus hijos.
Manos que cuidan, manos que se entrecruzan juntas en luchas comunes compartiendo precariedades y sueños: despenalización de la manta, ratificación del convenio 189 de la OIT para trabajadoras domésticas, Pasaje seguro para los refugiados, Papeles por derecho.
Manos que nos recuerdan que el hoy por ti mañana por mí, las relaciones de ida y vuelta, hacen posible la vida, la ternura y el cuidado, aun en las situaciones más hostiles. El hoy por ti mañana por mí es el milagro que acontece cada día en las periferias.
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