El título de mi texto de este mes no es una historia de novela, aunque nos evoque a la de Isabel Allende. Es una historia verdadera, que como dice el Evangelio, no se puede esconder bajo un cajón, sino que es bueno colocarla en la repisa más alta de la casa para que a todas y todos nos llegue su luz y reoriente cegueras (Mt 5,15).
Hace apenas un mes y medio algunas gentes de mi barrio participamos en una boda poco usual, cuyo ritual se iniciaba de la siguiente manera: Erase una vez una semilla blanca y una semilla negra que durante mucho tiempo crecieron haciéndose a sí mismas en lugares distantes hasta que la fuerza del coffel [1] los hizo encontrarse, portando sueños que no saben de fronteras. Gentes del mundo acompañábamos a la novia y al novio al ritmo de yembes africanos e instrumentos de cuerda del Magreb. Los vestidos y las voces de los invitados e invitadas nos hacían aún más conscientes que vivimos en un mundo donde caben muchos mundos y que no existe una historia única.
La diversidad de lenguas y acentos: uolof, bangladesí, francés, castellano, etc, llenaba el espacio de una sensación gozosa de libertad y alegría. Pero también al mismo tiempo, una silla vacía, revestida con un paño senegalés, recordaba la ausencia de la familia del novio por cuestiones de papeles. La política europea de visados es especialmente dura y rígida cuando quienes lo solicitan son africanos y africanas. La sombra de la sospecha, el racismo y la criminalización es siempre alargada sobre ellos y ellas, hasta el punto de deformar la realidad y ver peligro en un acontecimiento natural y en absoluto amenazante como puede ser una boda. Así le sucedió a Nogaye, hermana del novio a quien tras innumerables tramites acá y allá y aun cumpliendo sobradamente los requisitos, se le denegó el visado para asistir a la boda por razones de pura arbitrariedad.
Pese a ello todo en la fiesta fue abundancia y diversidad: música, comidas del mundo, cuerpos bancos, negros y cobrizos mezclados, abrazándose, bailando juntos, aprendiendo unos de otros a dejarse llevar por la fuerza de la música. Jóvenes, mayores, niños y niñas unidos por la misma alegría en esta celebración del amor más allá de las barreras de clase, raza, legalidad o ilegalidad que el sistema con sus consignas pretende imponernos.
Después de muchas horas de fiesta nos despedimos muy contentos con la sensación de que algo de la utopía del mundo que soñamos habíamos acariciado en aquella boda…. Hasta que a las 12 de la noche, de repente una llamada telefónica, nos informa que nuestros amigos habían tenido un incidente en el vuelo que les conducía a Dakar, donde pensaban pasar la luna de miel con la familia del novio. El novio, custodiado por dos guardias civiles, había sido obligado a bajarse del avión y la novia continuaba sola el viaje hacia Senegal, pues cuando quiso bajarse del vuelo para estar con su marido el avión había despegado de pista y ya no podía retroceder.
La novia nerviosa e inteligente mantuvo el teléfono abierto de modo que pudimos saber de forma más o menos directa lo que había sucedido. En el vuelo viajaban también varias personas que estaban siendo deportada.[2]. Nuestros amigos se dieron cuenta de la situación y empezaron a informar a los pasajeros y pasajeras de lo que esto suponía y la manera de evitarlo, pidiendo al capitán de la tripulación que lo impidiera. El caso es que una parte de los pasajeros se posicionaron a favor de los deportados y finalmente, tras un atraso de dos horas, los deportados fueron bajados del vuelo, pero también con ellos, nuestro amigo, acusado de ser el cabecilla de aquella “rebelión a bordo”.
Inmediatamente un grupo de personas desde Lavapiés nos pusimos en marcha hacia el aeropuerto con una abogada amiga para intervenir e intentar evitar la detención de nuestro amigo, mientras otro grupo intentaba localizar a la familia en Dakar para que recogieran a la novia en el aeropuerto y se hicieran cargo de la situación en que llegaba. El caso es que en aquellas 24 horas pasamos del amor a la sombra: recorrido por las salas donde retienen a sospechosos y detenidos en el aeropuerto, con “conversaciones imposibles” ante quienes custodian sus puertas y torniquetes; calabozos de Plaza de Castilla, centro de detenidos de Moratalaz, etc. Hasta que a las tres de la llamada, recibimos la llamada de nuestro amigo para decirnos que estaba bien, que el mal trago ya se había pasado y que había merecido la pena, porque las dos personas deportadas habían quedado en libertad. A él la guardia civil le había echado una bronca descomunal, instándole a no protagonizar nunca más ese tipo de acontecimientos, que atentan contra la seguridad aérea, a la vez que le acompañaron a la ventanilla de otra compañía para adquirir un billete para el día siguiente.
El caso es que al día siguiente, cuando nuestro amigo cogió nuevamente otro vuelo para encontrarse con su mujer y su familia en Dakar y continuar así su viaje de novios, se halló de nuevo ante otra situación parecida. En el vuelo viajaba a la fuerza, otro deportado. Pero esta vez, nuestro amigo decidió utilizar otra estrategia diferente: implicar a su compañero de asiento, un francés con pinta de fotógrafo, al que contó lo que era una deportación y como podía ser evitada. Y así de nuevo, pero esta vez con un fotógrafo francés a la cabeza, se produjo otro motín en el vuelo y el deportado fue bajado del avión, mientras que el francés continuó su vuelo conversando con nuestro amigo sobre el último libro que había leído: el negocio de la xenofobia [3].
Esta historia verdadera remite también a las miles de personas que hay encerradas en los centros de internamiento de extranjeros en toda Europa y concretamente en nuestro país. Cuya situación es denunciada año tras año por las organizaciones de DDHH y los colectivos de luchas migrantes. Como mis amigos recién casados, todos y todas podemos hace algo contra las deportaciones, las redadas y los CIES. Recientemente la Asamblea Madrid Libre de CIE ha presentado una propuesta en el portal de Gobierno Abierto del Ayuntamiento de Madrid para convertir a Madrid en una ciudad de acogida e integración, libre de CIES, deportaciones forzosas y redadas racistas. Aunque la existencia y el funcionamiento de los CIES escapa a la competencia municipal, se ha articulado una propuesta integral sobre lo mucho que se puede hacer para contribuir al cierre del CIE de Aluche y construir una ciudad en la que no se persiga a las personas por su situación administrativa. Todos podemos y debemos hacer algo [4], Algo tan simple como pinchar leer y apoyar la propuesta en la página del Portal: https://decide.madrid.es/proposals/48
SI SE PUEDE
Pepa Torres Pérez
Red Interlavapiés
http//pepatorresperezblogspot.com.es
[1] “Coffel” significa “amor” en uolof
[2] Las deportaciones, aunque apenas salen en los medios de comunicación de masas son cotidianas en nuestro país. Una deportación de 120 plazas le cuesta al estado 8.500 E por hora. En el 2013 las compañías que compitieron por la adjudicación de las deportaciones lo hicieron con un presupuesto base de licitación de 18,000 E. Air Europa y Swift Air que son las empresas que actualmente tienen la concesión han ganado en dos años 24 millones doscientos mil euros más Iva.
[3] Claire RODIER, El negocio de las xenofobia, Clave intelectual, Madrid, 2013. La autora denuncia en este libro el juego de intereses económicos que se ocultan detrás de los programas de control de fronteras y las ganancias de las grandes empresas de defensa europeas como son EADS, la compañía francesa Thales, la italiana Finnmeccanica, la española Indra, la alemana Siemens y la sueca Ericsson, ingresan en sus arcas inmensos capitales a costa del control migratorio.
[4] https://cerremosloscies.wordpress.com/
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