miércoles, 13 de febrero de 2019

TEOLOGÍA DEL GRITO. TEOLOGÍA DESDE LAS PLAZAS Y LAS CALLES



Dedico gran parte de mi vida junto al activismo a eso que llamamos “teología” y que a mucha gente de mi barrio le resuena como a lenguaje de otro mundo. Hace unas semanas tuve la suerte de poder participar en una mesa redonda organizada por las Comunidades de Vida Cristiana de Bilbao en un conversatorio sobre teología y misión social con dos grandes compañeros de mesa: Javier Vitoria, teólogo y Martin Iribarren, jesuita y capellán de la cárcel de Maturtene en San Sebastián. Me impresionó que el salón de actos estuviera a rebosar de gente y el interés que en aquel contexto despertaron estas dos palabras juntas: Teología y misión social. Quizás por ello me animo a escribir sobre este tema en mi sección mensual Hay vida después de la crisis. ¿Pero qué tiene que ver la teología con la vida de la gente normal y corriente y especialmente con la más empobrecida y excluida?. 

Hace muchos años en uno de mis primeras lecturas de teología feminista: Teología a ritmo de mujer, Ivone Gevara escribió una de las definiciones sobre la teología que me resultó y me continúa resultando provocadora: El alma de toda teología es el conocimiento práctico de las cosas más importante de la vida. Toda sistematización posterior, toda tematización, toda articulación de ideas está vitalmente ligada a este suelo primordial de la vida. También Gustavo Gutiérrez, uno de los teólogos varones a los que más admiro define la teología como una carta de amor al Dios en quien, creemos, al pueblo y a la iglesia de la que formamos parte. Un amor que no desconoce las perplejidades y hasta los sinsabores, pero que es sobre todo fuente de una honda alegría y esperanza para los últimos y las últimas.
Sin embargo, venimos de una tradición en donde mayoritariamente la teología se ha entendido como intellectus fidei, es decir, dar razón intelectualmente de los contenidos de la fe, pero la teología debe ser sobre todo intellectus amoris, inteligencia del amor. El amor es también social ciudadano, político (LS 232) y eso a veces a los creyentes y a los teólogas y teólogas se nos olvida. No podemos hacer experiencia del Dios de Jesús ni intentar reflexionar sobre Él-Ella al margen de la violencia, la injusticia estructural y el desamor que atraviesa hoy la vida en el planeta, sin tomar posición frente a ello, sin situarnos al lado de quienes más las padecen y también de quienes la enfrentan inventando formas de resistencia y su desmantelamiento en el corazón humano y en las estructuras socio- políticas. Por eso la teología no puede dejar de preguntarse si significa algo para las vidas de los últimos y ultimas, si su pensar y decir tiene consecuencias en las vidas de los y las descartables, si alienta su esperanza su resistencia, sus utopías o es irrelevante para ellos y ellas. 

Por eso no podemos dejar de hacernos preguntas incómodas: ¿Qué nos duele hoy a la teología y a las comunidades cristianas?: ¿la increencia?, ¿el vacío de nuestras iglesias?, o preguntas como, ¿dónde dormirán los pobres y las pobres esta noche?[1], o ¿qué será de los manteros…a los que vemos correr cada día criminalizados frente a las grandes marcas que siguen operando de forma colonialista en sus países de origen explotando sus recursos y obligándoles a migrar?. ¿Nos atrevemos a hablar de Dios, incluso a orar, como si los pobres y las pobres no existieran…cómo si las muertes de las mujeres por violencia de género y los feminicidios en el mundo no existieran…como si los campos de refugiados en Grecia y Turquía no fueran el grito de Dios urgiéndonos a una comensalidad abierta, a sentarnos juntos y juntas en la mesa de la vida, la universalidad de los derechos humanos y sociales y una distribución equitativa de los bienes de la tierra?. 

Los y las pobres nos recuerdan que existe una diferencia fundamental en la humanidad. La de aquellos y aquellas que dan la vida por supuesto y la de aquellos y aquellas para quienes hacerlo cada día es un milagro de supervivencia y resiliencia. O dicho de otro modo, la de aquellos y aquellas cuyas vidas son preciadas para la libertad del mercado, el consumo, el capital y el bienestar de unos pocos y los y las descartables, aquellos y aquellas cuyas vidas valen menos que la bala que los mata, que el banco que les desahucia, o que el balance económico de la empresa que los despide con un ERE, para relanzarse de nuevo al mercado con otro nombre y contratar personal a más bajo precio y con menos derechos. Porque ser humano hoy se sigue historizando en según se pueda comer o no comer, circular libremente por el mundo con un visado sin ningún problema o alcanzando la muerte en cualquier frontera en el intento de cruzarlas o terminando en el infierno de la trata. 

Por eso la teología o la reflexión sobre el Dios cristiano no puede hacerse desde un sillón, o al margen de los gritos y los sueños de las mujeres y los hombres de hoy (GS1), especialmente de los últimos, porque existe un vínculo inseparable entre la fe y los pobres (EG 198). Un vínculo que tiene un carácter intrínsecamente cristológico. De ahí que nuestra forma de situarnos y relacionarnos con los y las pobres sea la forma con que lo hacemos con Dios mismo. El Dios de Jesús es el dios de la historia y por tanto no nos habla al margen de ella, sino desde el espesor de los acontecimientos. Acontecimientos no sólo individuales sino también comunitarios, sociales, políticos. El Dios de Jesús no es el de los compartimentos estancos ni el de separación sagrado- profano, Al Dios de Jesús nada profundamente humano, mundano o excluido le es ajeno. Por eso siempre que la teología se desliga del mundo y no se toma en serio los problemas concretos históricos y cotidianos de la gente normal (y no de los clérigos) y especialmente de los pobres, está atentando contra la encarnación. 


Fidel Aizpurúa se refiere a la teología como un grito y yo me identifico plenamente con él en este punto. Necesitamos reivindicar la teología del grito. Por varias razones. La primera para despertarnos del suelo cruel de inhumanidad del capitalismo, sus dioses y sus credos, despertarnos de una Europa zombi, unas políticas zombis, sectores de la iglesia zombis, como el performance de protesta que protagonizaron los movimientos sociales en Hamburgo frente al G20 hace dos años. Nos urge reivindicar la teología del grito. Porque el Evangelio es un grito y porque los pobres y las pobres sí tienen voz. Tienen voz y gritan. Lo que no tienen son micrófonos ni medios de comunicación al servicio de sus intereses. Como leemos en el libro del Eclesiástico, el poder de los gritos de los pobres es tan fuerte e insistente que atraviesa a los cielos, traspasa las nubes, llega hasta el mismo Dios y no cesan hasta ser escuchados, de modo que hacen que Dios rompa toda su imparcialidad con ellos y ellas (Sir 35,15- 21). 

Por eso, como diría San Ignacio de Loyola, el seguimiento a Jesús nos lo jugamos en no ser sordos y sordas al llamamiento de estos gritos (EE 91). Estos gritos son la brújula de la iglesia: De manera que cuando dejamos de ser compañeros y compañeras de vida, de luchas, de riesgos y sueños en común con los y las pobres la iglesia deja de ser la iglesia de Jesús. Pero estos gritos no son sólo de opresión y sufrimiento, sino también de júbilo y acción de gracias, como cuando ganamos un desahucio, unas medidas de alejamiento, impedimos una deportación o un grupo de subsaharianos, salta la valla de Melilla al grito de Boza, porque el mundo de los pobres, paradójicamente no es sólo el mundo de la carencia, sino también el de la creatividad y el derroche. No es sólo el mundo de la violencia y la bronca, sino también el de la sensibilidad, la ternura, la fiesta y el banquete, aunque no se pueda asegurar quizás comer mañana, como nos recuerda la mujer que unge a Jesús con perfume bajo la mirada escandalizada de quienes son esclavos de la ley y el orden se resisten a la desmesura como lógica del reino (Mc 14,1-6). 

Pero la teología además de afectarse por la realidad y hacerlo con rigor ha de plantearse también su carácter divulgativo, lenguajes y simbólicas que digan algo a las hombres y las mujeres de hoy, especialmente a los más empobrecidos. Por ejemplo ¿Es posible entender y vivir hoy la Eucaristía sino es desde la práctica de la comensalidad abierta, la acogida y la hospitalidad a aquellos que son expulsados del banquete neoliberal que acontece hoy en y en nuestro mundo. ¿Qué relación hay entre eucaristía y hospitalidad, vecinal, política, etc? ¿Cómo queda atravesada por ello la praxis de la eucarística dominical ?.O Ante una realidad como los desahucios: 107 al día por impago de alquiler en toda España en el 2018 ¿ Qué tiene que decir la teología y cómo posicionarnos como iglesia y como comunidades cristianas ante ello?. 

Necesitamos hacer teologías desde las plazas y las calles. La teología tiene también vocación popular, no emerge del laboratorio, sino del cruce cotidiano, vital, conviviente de mujeres y hombres en nuestra lucha por la vida. ¿Puede la teología quedarse al margen de la crítica y la búsqueda de alternativas ante la sombra de los populismos y neofascismos que están emergiendo en Europa…? ¿Qué tiene ahí que decir la teología sobre la convivencia el respeto a la diversidad, la demonización de los diferentes, la criminalización de la pobreza, el desprecio hacia los logros de las mujeres en la historia, la xenofobia y el racismo? ¿En qué medida la teología es con otros y otras partera de cambios, no sólo al interior de las iglesias, sino en las periferias de nuestras sociedades increyentes y multiculturales, y con los movimientos sociales que señalan que otro mundo es posible y necesario? 

Quizás por eso la plaza de Lavapiés o la de Nelson Mandela y las personas que las transitan a de continuo, hombres y mujeres resilientes a quienes las leyes consideran invisibles excepto para pedirle su documentación en una redada son hoy el lugar teológico y vital donde Dios me cita 






[1] Pregunta fundamental para la teología de la liberación. Cf. Gustavo Gutiérrez, ¿Dónde dormirán los pobres?, CEP, Lima, 2002.

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