Una amiga me preguntaba esta mañana que por qué las teólogas estábamos escribiendo tan poco sobre la crisis de la corona virus y yo casi sin pensarlo le he contestado que por qué estamos atravesadas por ella y por lo menos yo necesito tiempo para poder tomar cierta distancia. Así me siento realmente estos quince días que he estado acompañando a mi padre en su casa y me ha permitido vivir esta crisis desde la percepción de las personas mayores y las consecuencias que está teniendo en ellos: tristeza, enfado, inseguridad, duelo, recuerdos de otros confinamientos en el contexto de la guerra, etc. Pero al mismo tiempo atravesada por la situación de mis amigos y vecinos migrantes de mi barrio y conectada a ellos a través de wasaps, las redes, los grupos de cuidados. Pese a la fragmentación y el proceso tan duro de gentrificación que está viviendo Lavapiés las redes de apoyo sigue funcionando y gracias a eso se hace posible la vida en situaciones tan hostiles como la que estamos viviendo. Así me siento también en este confinamiento, sostenida y sosteniendo, convencida una vez más del asombroso poder de los abrazos, aunque sean virtuales, y del milagro de lo comunitario.
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