Aunque sea con retraso aprovecho que hace unos días hemos celebrado el día de los abuelos y abuelas para rendir un pequeño homenaje a una de mis abuelas y reivindicar también con ello la necesidad que
seguimos teniendo de recuperar en la historia y en las propias biografías, las genealogías femeninas.
A mi abuela Araminta el golpe de estado de 36 le robó el nombre imponiéndole el de Ana y con ello muchos sueños y esperanzas. Le robó también dos hermanos, uno fusilado, denunciado por el mismo médico al que él salvó la vida, y en otro en un campo de concentración en Francia donde murió exiliado con sus esperanzas republicanas truncadas. Pero a mi abuela lo que nunca pudieron robarle fue su capacidad de resistencia, de acogida y compartir lo poco que le quedó tras la guerra civil, con otras personas que se quedaron aun con menos. Tampoco pudieron arrebatarle su capacidad de narrar historias, que gracias a ello siguen vivas en mí, ni su deseo de que las mujeres pudieran ser más libres y felices de lo que ella pudo de ser. No hubo en ella amargura sino cuidado y esperanza en un futuro mejor para su hija y sus nietas. En los 60, en el contexto de la emigración española a Francia y Alemania mi abuela cuidó de mí los primeros años de mi vida, cuando mi madre y mi padre marcharon a trabajar a Alemania primero y a Francia después, con el objetivo de poder comprar una casa a su regreso, como tantas mujeres y hombres migrantes hoy.
Mi abuela suplió entonces a mi madre acunándome con nanas andaluzas y las canciones y poemas de Federico García Lorca. Cuando crecí me seguía gustando sentarme a su lado y que me contara historias de las mujeres de su familia: una prima que se hizo artista, una hermana que era vecina de Antonio Molina y en las noches calurosas malagueñas juntaban las cenas, sacaban las sillas a la calle y armaban una fiesta con todas las vecinas, o aquella otra historia, la más triste, la de una prima que murió de parto porque no había médico en el pueblo y era tan joven, repetía, bajando la voz.
Creo que mi pasión por contar historias viene de entonces. Si mi abuela viviera hoy se alegraría del avance de las libertades de las mujeres, a la vez que estaría preocupada por los discursos de quienes quieren truncarlas. ¡Son tan parecidos a los que rompieron los suyos! Discursos viejos y rancios, aunque estén en bocas de gente más joven.
Hoy que en nuestra sociedad prima cada vez más el edadismo como una forma de discriminación de las mujeres cuando envejecemos, mientras el saber y la experiencia masculina de los hombres mayores prevalece, animo a rescatar la sabiduría de nuestras abuelas, de nuestras ancestras, a hacer nuestras genealogías femeninas para poner fin a la ablación de la memoria de las mujeres como una deuda que sigue pendiente en nuestras sociedades. Porque fueron somos y del mismo modo porque somos serán también otras